Cuando estudiaba, una mañana, en una clase de Filosofía del Derecho, se mentó el tema del feminismo. El profesor -un catedrático sudamericano invitado por mi Facultad- nos expuso que, entre la doctrina, una de las más recientes -por aquel entonces- críticas que se hacía a tal corriente era relativa a su incapacidad para escapar de aquellos mismos clichés a los que decía combatir. Ciertos feminismos, en suma, habrían despreciado la oportunidad de articular propuestas propias en aras a la igualdad plena de derechos entre hombres y mujeres para pasar a promover, simplemente, la supremacía de éstas sobre aquéllos, pobres de nosotros, sirviéndose a la inversa de los mismos mecanismos discriminatorios hasta ahora propios de los machistas. La vendetta hecha ideología, en una palabra.
Las palabras de mi catedrático de ultramar, con las que comulgo, me vienen a la memoria cada vez que, en un diario o televisión, me doy de bruces con las soflamas de la veterana abogada Lidia Falcón, fundadora del Partido Feminista de España. Ayer mismo, el exquisito Josep Cuní la convocó a debate en su programa de TV3 a propósito del reciente escándalo que se ha montado en Barcelona a raíz de la publicación en El País de unas fotos que muestran a unas prostitutas y a sus clientes acoplándose como quien dice en plena Rambla. Inquirió el presentador a sus contertulias -la ya citada Falcón y Rosa Bofill, secretaria de la Mujer de CCOO Catalunya- si el mercado del sexo debía regularse, o simplemente prohibirse.
Partiendo de la base de que yo, como cualquier bien nacido, estoy en contra de la explotación sexual de cualquier persona por parte de un tercero -hay que acabar con las mafias-, y dado que una imagen vale más que mil vocablos, dejo a continuación el vídeo del programa. Invito a mis lectores a determinar cuál de las dos ponentes es más feminista, si la que expone sus postulados con cortesía no exenta de convicción, o la que acaba por hacer callar a su adversaria, otorgándose la posesión absoluta de la verdad, en un ejercicio de desdén y trazo grueso digno del sexo al que no pertenece.
Luego me cuentan.
Aclaración: aunque el presentador y Bofill se expresan en catalán, Falcón utiliza la lengua de Cervantes, lo que pone su discurso al alcance de mis lectores de allende el Ebro. Por cierto, no han quitado los anuncios, así que puede obviarse el intervalo entre 03:40 y 08:30. A mandar.
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¿Es necesario escuchar a esta persona? Quiero decir, si ya se por dónde va a soltar lo que va a soltar y se, positivamente que no me va a aportar nada más que una cierta molesta en las meninges, amén de hacerme perder un tiempín mano a mano con el joyón de Cuní, casi te digo por anticipado: yo soy de los abolicionistas de la esclavitud.
Sobre el feminismo, prefiero no perder el tiempo: desconfío de quién pone por delante de la persona su entrepierna. Hay que ser burro, pero muy burro.
Tienes toíta la razón: autocalificarse en función del entrepierno es lamentable.
Y respecto a lo de la esclavitud, imposible estar más de acuerdo. Lo que ocurre es que ello no es óbice para, condenando a las mafias -y persiguiéndolas- dotar de derechos y dignidad a cualquier mujer que, libremente, decidiera dedicarse al oficio más viejo del mundo. Que para mí es justamente eso, un oficio.
Estoy de un discrepante...
Es lo del recién manumitado. No, no, yo quiero seguir sendo esclavo. Sin latigazos, pero con una vivienda digna, ropa lmpia y la tarde del jueves libre para pasear con mi churri.
No, joer, esclavo jamás.
Si, hombre, que es un oficio como otro cualquiera...
Pero a mi no me convence.
Tu postura, Pianista carísimo, equivale a considerar menores de edad mentales a todas y cada una de las prostitutas. Una vez eliminados quienes las explotan, ellas han de ser dueñas de su entreteto para hacer con él lo que quieran. Incluso alquilarlo, si lo creen conveniente.
Lo de la moralidad o no del oficio es, simplemente, eso: una cuestión moral, y por ende, mutable cual camaleón.