Desafiando a las cámaras y a los remilgos estéticos tan propios de esta sociedad, Connie Culp pidió que sólo la juzgáramos por el nuevo rostro que la ciencia le ha dado comparándolo con el daño que recibió. Viene de otra dimensión, Connie, cuyo marido le disparó en la cara hace cinco años, destrozándosela. A él le metieron en la cárcel durante siete años (saldrá en dos). Ella recibió otro tipo de condena: 30 operaciones, dolores insufribles y, ahora, el rostro de otra para volver a ser ella misma. Para volver a hacer algo tan necesario como sonreír o tan imprescindible como salivar, alimentarse.
Su supervivencia y su aspecto actual convierten a Connie Culp en algo más que una mujer: yo la veo como una especie de símbolo de las desamparadas, una suerte de santa civil, brava santa que se erige en este mundo para recordarnos cuántas mujeres han sido apaleadas y escondidas en contenedores, cuántas descuartizadas, cuántas golpeadas y escarnecidas. En este mundo tan sensible a la belleza y tan insensible a la violencia contra las mujeres, incapaz de detener la sangría de adolescentes sacrificadas por la estupidez de unos críos impotentes, ganas dan de rezarle a santa Connie y pedirle: avísalas, diles que van a por ellas.
Pues sin duda no ha sobrevivido sólo para mirarse al espejo, como hacen tantas otras que se creen seguras.
A mí me gustaría que esta mujer fuera milagrosa, una bruja, que tuviera poderes. No para vengarse, sino para fundir, con sus ojos de bronce, las muchas formas de misoginia que se dan en la mayoría de las sociedades, maltratándolas porque su éxito humilla al macho, o pisoteándolas porque aún tienen leyes que se lo permiten.
Santa Connie Culp: los hombres malos no se atreverían a mirar a la cara, porque los volvería de piedra.
Maruja Torres, El País, hoy.
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