Yo, tú, él. El hecho de que estos pronombres mantengan ese orden en la conjugación verbal podría inducirnos a pensar que primero se inventó el yo, después el tú y más tarde el él. Pero quizá no fue así. Tal vez apareció primero el tú. El tú pudo ser el centro de una constelación alrededor de la que giraban el yo y el él (no sabemos si en este orden). Pero también, por qué no, es posible que apareciera primero el él. A lo mejor estaban dos individuos (aún sin nombres ni pronombres) compartiendo una pieza de carne cuando apareció a lo lejos una sombra amenazadora a la que señalaron con el dedo al tiempo que gritaban: él, él, él. De hecho, parece más racional decir él mira, tú miras, yo miro, incluso él muere, tú mueres, yo muero, que al revés. De modo que quizá el centro de la constelación fue el él, después vendría el tú, y finalmente, en la periferia, como un planeta helado, el yo. En la constelación familiar clásica, el padre, que ocupa el centro, es él; la madre, tú; el hijo, yo. Si no fuera por el padre (él), la madre y el hijo (tú y yo) apenas se diferenciarían.
Cuando se descubrió que la Tierra no era el centro del universo, deberíamos haber modificado también la situación de los pronombres en la conjugación verbal. Es mentira que todo gire en torno al yo. El centro es él, ése, el otro (el sol), y yo doy vueltas a su alrededor, atado a ese círculo por una fuerza gramatical que no comprendo y que me hace sufrir, una fuerza a la que tengo miedo, una atracción que me enloquece, pero de la que no puedo escapar como no pueden escapar los planetas de sus órbitas. Es casi seguro, en fin, que el yo y el tú se descubrieron tras la aparición del él y no al revés. Si el resto de la gramática está así de equivocada, no nos extrañan las cifras de fracaso escolar que provoca esta asignatura. A ver si lo arreglan.
Juan José Millás, El País, hoy.
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