Los que me conocen bien -son pocos: siempre me gustó hacerme el enigmático- saben que mi existencia tiene, en muchos aspectos, bastante que ver con la de un jubilado. Como tal me siento desde que, hace unos días, he cogido la costumbre de dar un paseo diario de unos tres kilómetros por las calles de la urbanización.
Dado que siempre hago el mismo recorrido, aprovecho para chafardear casas y jardines ajenos en busca de la ordinariez reconfortante -no hay nada mejor para la autoestima decorativa que el horror del próximo-. A notar la cantidad de enanitos de piedra que pueblan los céspedes de mi entorno. Mi mujer los detesta, mas a mí me fascinan. Algo tendrá el agua cuando la bendicen.
En realidad, amén de mi salud cardiovascular, mis periplos jubileta hallan su razón de ser en la preocupante barriga cervecera que luzco desde hace ya demasiado tiempo. Tras flirtear con los 90 kilos, encuéntrome ahora en 85, aún demasiados para mi apurado 1,80. Curiosamente -o tal vez no-, he empezado a saber vivir coincidiendo con la ya comentada defenestración de Manuel Torreiglesias. Dejo aquí el dato para quien pueda interesarle.
Mi objetivo, en cualquier caso, es meridiano: volver a entrar en la talla M del Pull & Bear. Que lo que es entrar, entro, pero no es lo mismo ir vestido que embutido. A los hechos me remito.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
(0) Comments
Publicar un comentario