Aunque pueda resultar indecoroso mentar la carne en Viernes Santo, he iniciado el puente disfrutando de Y Dios creó a la mujer, el divertimento de Roger Vadim que dio lugar, hace cinco décadas, a la entronización de Brigitte Bardot como mito sexual galo por excelencia.
Acuñada por la prensa de la época como la segunda industria francesa más próspera después de la Renault, la Bardot redefine en el filme para los restos el concepto de erotismo: muchas lo han intentado, mas ninguna ha conseguido cimbrearse con el donaire que derrocha la parisina. Jamás, tampoco, unos pies descalzos han sido tan matadores como los que acarician a Christian Marquand a la orilla de la playa.
Viendo al pobre Jean-Louis Trintignant echarse sin remedio en brazos de la perdición, me viene a la memoria la exquisita vertiente musical de la vamp, menos conocida pero tan o más remarcable que la cinematográfica. Es posible, por poner un ejemplo, que haya imprudentes que no sepan que fue su voz, y no la de Jane Birkin, la primera en arrullar a Serge Gainsbourg en el corte original de Je t'aime...moi non plus; yo, que estoy a la que salta, ya hace años que peregriné a Perpinyà en busca de The best of Bardot, aurífero recopilatorio de los principales títulos canturreados por la bombinette.
Es éste, a partir de entonces, uno de mis discos de cabecera, lo cual no está exento de riesgo: en mi familia, desde la noche de los tiempos, nos transmitimos de unos a otros toda clase de patologías cardiovasculares. Ya sea por hipertensión arterial, embolias, arritmias ventriculares o soplos diastólicos, tenemos la glamourosa costumbre de morirnos jóvenes -lo contrario, secretamente, nos parece una ordinariez-. Es por ello que Mariano, mi médico, siempre celador de mi maltrecho metabolismo, me abroncaría sonoramente si supiera que, de vez en cuando, a escondidas, extraigo el The best de su caja y, a través de los auriculares, escucho a bajo volumen Moi je joue cuatro o cinco veces seguidas.
Y es que oír a B.B., entre grititos y suspiros, decirle a uno repetidamente vous êtes mon jouet pone a prueba las capacidades coronarias más contrastadas: qué no hará, ay, con las mías.
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Lástima que el tiempo nos haya hecho ver en qué se ha convertido un mito viviento como Bebé...
Y si hay que elegir voces que seduzcan, siempre me pareció de ese tipo la de Jeanne Moreau.
Alberga Vd. toda la razón, amigo Skyzos. B.B. no es, precisamente, de las que ha sabido envejecer. Mas para eso está el cine y los cedeses: para recordarla en sus buenos momentos.
Moreau es también un icono, aunque me da más miedo. Me acojonó sobremanera en "La novia vestía de negro", y así continúo xD
Joder, y a mí. Me acuerdo perfectamente el verano que la vieron mis padres, recién mudados a la casa donde vivimos ahora. Tengo tan grabada la imagen que hasta me acuerdo de los muebles que habían en ese momento, lo frío del suelo y el miedo que me helaba las venas...
Me encanta la escena en que se carga a Michel Lonsdale precintándolo en el armario de debajo de la escalera.
Por cierto, que en "Ascensor para el cadalso" está tan o más inquietante.
Belle femme :)