Wikipediando, doyme con la biografía de un tal Luis I, monarca español de quien, sinceramente, no había oído hablar en mi lerda vida. Parece ser que Luis, hijo de Felipe V, subió al Trono el 17 de enero de 1724, después de la abdicación de su padre, que, quizá cansado de cancanes y bigudíes, decidió retirarse a La Granja de San Ildefonso en compañía de su esposa, Isabel de Farnesio.
Ha pasado Luis a la posteridad por ser el soberano de reinado más efímero de la historia de España: apenas 229 días, ya que el 31 de agosto murió de viruela, obligando a su progenitor a renunciar al dolce far niente granjero y asumir de nuevo las funciones reales, ante la ausencia de descendencia del finado.
Hasta aquí, una biografía de tantas en el vasto álbum familiar de los Borbones patrios. Mas Luis, sin embargo, alberga un as en la manga que lo hace relumbrar a ojos de cotillas e investigadores: su consorte, Luisa Isabel de Orleans.
Y es que la francesa Luisa Isabel, arriba retratada por Van Loo, era a la vez sobrina y nieta de Le Roi Soléil -ay, esa endogamia-, nacida en la corte de Versalles en 1709. Con apenas doce años contrajo matrimonio con nuestro Luis, trasladándose a Madrid, donde acabó coronándose en compañía de su marido, según lo antes expuesto.
Si bien, como puede apreciarse, la Reina no era precisamente una miss, lo verdaderamente noticiable eran sus descacharrantes costumbres: según leo, solía pasearse en porreta por Palacio, acompañando la delicada imagen con una sucesión de eructos y ventosidades que puso los pelos de punta a nuestros mojigatos cortesanos, poco acostumbrados a la naturalidad, según se conoce.
Tan plebeyas maneras le granjearon cierta impopularidad entre ministros y funcionarios, amén de una ojeriza inclemente por parte de la sibilina Farnesio, que, muerto Luis, ordenó el destierro a Francia de la joven viuda. Tras pasar una temporada en un convento, la campechana Luisa Isabel acabó sus días en el parisino Palacio de Luxemburgo, hoy sede del Senado de la République.
Qué menos que unas líneas para reivindicar a la auténtica inventora de la fusión entre realeza y pueblo llano. Chínchate, Lady Di.
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