Siguiendo con mis libros vergonzosamente vírgenes, uno de los más señeros, es, sin duda, Mis picas en Flandes, segunda parte, tras El día más feliz de mi vida, de las memorias del genial Luis Carandell, lamentablemente fallecido hace ya varios años.
Carandell, sabio de los de antes, maestro de periodistas, cronista parlamentario de exquisita finura y presentador de descacharrantes Telediarios donde la anécdota brillaba tanto como la noticia, se autodefinía como defensor de la conversación y de los conocimientos y saberes inútiles. Este carácter, tan caro a mi persona, lo llevó, entre otros mil oficios, a recorrer los cementerios de los pueblos más remotos del territorio nacional, en base a un peculiar humorismo de lo fúnebre que yo no sólo comparto, sino que, además, predico.
De las perlas mortuorias halladas por el insigne explorador, el siguiente epitafio: Marianita, nos dejaste a los tres meses. Qué pronto empezaste a darnos disgustos.
Carandell, sabio de los de antes, maestro de periodistas, cronista parlamentario de exquisita finura y presentador de descacharrantes Telediarios donde la anécdota brillaba tanto como la noticia, se autodefinía como defensor de la conversación y de los conocimientos y saberes inútiles. Este carácter, tan caro a mi persona, lo llevó, entre otros mil oficios, a recorrer los cementerios de los pueblos más remotos del territorio nacional, en base a un peculiar humorismo de lo fúnebre que yo no sólo comparto, sino que, además, predico.
De las perlas mortuorias halladas por el insigne explorador, el siguiente epitafio: Marianita, nos dejaste a los tres meses. Qué pronto empezaste a darnos disgustos.
(0) Comments
Publicar un comentario