En idéntica y devota línea, yo ya he dado órdenes de que, el día que la espiche, lleven mis cenizas a la vera del Sena. Una vez allí, me da igual yacer en el lecho del río, en la base de un árbol, o, directamente, en una papelera. Pero en París.
Probablemente, la causa de mi filia parisina no sea otra que mi ausencia total de carácter, que hace que casi todo lo ajeno me parezca mejor que lo mío propio. También, seguramente, la cosa derive de una autoestima blandengue y un carisma inexistente, que provocan que, a mis ojos, cualquier conato de brillantez genuina, por envidiada, refulja por centuplicado. No digo que no, aunque, como buen resultadista, las causas últimas de todo ello me importen un carajo.
Viniendo como vengo de barrio dormitorio, es ver los Campos Elíseos y se me caen los arrestos. Habiendo padecido tanta aberración arquitectónica, estrechez -tanto física como de miras- y suciedad en su acepción más extensa, la contemplación de las Tullerías, los jardines de Luxemburgo o los Campos de Marte me lleva, literalmente, al delirio.
De París me gustan los adoquines, los riachuelos a pie de bordillo, el aroma de las boulangeries, los pitorrazos de los conductores -tema que daría para otro post; dejémoslo de momento-. Me extasío con los gatos de Père-Lachaise, felices de poder echarse la siesta sobre el paquete de Victor Noir cada vez que les viene en gana. Por quedarme, me quedo hasta con el olor a meado del metro, porque una ciudad meada, quiérase o no, es una ciudad vivida -que no bebida, como la decadente Barcelona de Hereu y Mayol-.
Me viene todo esto a la memoria a raíz del 75º aniversario de Harcourt, el legendario y glamouroso estudio de fotografía de la rue Jean Goujon. Aun tratándose el negocio de retratos -a precio de oro, por cierto- tomados en interiores, la magia del París que late a unos metros del taburete envuelve a los ocasionales modelos, célebres o no, en un aura imposible de conseguir en ningún otro lugar, no hay más que verlo. Al principio de estas líneas, la mirada de la inglosable Laetitia Casta revela la placidez de quien se sabe en la capital del mundo civilizado.
FOTO: REPORTIERS SANS FRONTIÈRES/STUDIO HARCOURT.
Ostras amigo... yo, que precisamente he pasado el pasado fin de semana (+ el lunes de regalo) con mi señora en París, me hubiera encantado sentirlo (que no disfrutarlo, eso sí lo hice) ni que sea tan sólo un 10% de lo que usted lo siente con su tullido corazón.
PD: disculpe lo de tullido, es que leo más de dos párrafos suyos y de golpe mi escritura se embriaga de incomprensibles, a la par que decorativos, adjetivos de todo tipo, color y formas.
Amigo, seguro que usted disfrutó de París como yo y como cualquier persona que ponga los pies en ese edén.
A ver si aparece Vd. en el Messenger, porque me doy cuenta de que le echo de menos, y eso es algo que un hetero de pelo en pecho no puede tolerar. Hablemos de fútbol, tetas y coches y evitemos que surja en mi alma la saudade hacia el amigo ausente xD
Qué bonito este post, leyéndolo parece que uno se da un paseo por París.
Lo que es bonito es la foto. Y la comentarista, claro :)
Nunca estuve en París... cosa de la que no sé si arrepentirme después de que me contaran que en un restarurante cobran 8 euros por una caña. Que uno, además de ser de barrio, no le hace ascos a una ciudad bebida.
Sobre los precios parisinos, Álex, hay mucho mito. Lo que es extraordinariamente caro, por ejemplo, es el transporte público si no se toma el bono correspondiente -y casi que aún así-.
Por lo demás, depende muy mucho de dónde te tomes esa caña. Si te sirve de ejemplo, en nuestra primera visita, en 2005 -en la segunda no subimos-, mi mujer se tomó un gofre en plena Torre Eiffel por unos módicos dos euros, y en la zona podían tomarse cafés al mismo importe, si la memoria no me falla.
Por no hablar de los quioscos callejeros en los que venden todo tipo de ambrosías dulces a precios más que razonables. El día que vayas, no te pierdas el que hay frente a los jardines de Luxemburgo, hacia el Panteón. Venden una especie de flan gigante en porciones que es para morirse.