Cuando era pequeño, pasaba siempre con ella unos días del mes de agosto. Entonces vivía en un pisito del centro -cuarto sin ascensor- repleto de vecinas que me besaban y achuchaban sabedoras de mi vida y milagros desde el mismo día de mi nacimiento. Pasión de tía habladora, se conoce. Por las tardes, repeinado y encoloniado, me llevaba de la mano al Corte Inglés, a un paso de su casa, donde yo insistía en subir y bajar una y otra vez por las escaleras mecánicas. Las dependientas -amigas de mi tía-, a qué decirlo, me reconocían apenas aparecer por la puerta, tan precisa era la descripción que de mí se propagaba.
P., su marido, fue toda su vida panadero hasta que se jubiló hace diez o doce años. Acostumbrado a trabajar de noche y dormir de día, no ha sido capaz de reconducir sus horarios, así que se acuesta a las seis de la mañana y se levanta a la hora de la comida -sólo come una vez cada veinticuatro horas; eso sí, se pone a reventar-. El resto de la jornada la pasa tumbado en el sofá frente a sus dos televisores. Porque mi tío P. tiene la costumbre de ver dos programas al mismo tiempo. Cuando uno de ellos le aburre, se pone una cinta de vídeo porno de las muchas que acumula, todas ellas de los años ochenta. Pues sí que está rumboso todavía, le decía yo a mi tía hace poco por teléfono. Pero sólo de vista, hijo, que de lo otro nada, sentenció la inclemente.
Mi tío, que nunca fue un as del volante, tenía un 127 marrón claro -color mierda, según algunos- con el que jamás pasó de la provincia de Alicante. A los muchos años, lo cambió por un Volkswagen Polo con matrícula de Barcelona que compró a una de sus hijas. Por temor a que se lo rayaran, lo llenó de pegatinas con la leyenda Murcia, ¡qué hermosa eres! El hipotético vandalismo se antojaba imposible, en vista del más que elevado porcentaje de tiempo que el vehículo permanecía inmóvil en el garaje del adosado -tríplex, dicen allí-.
El Volkswagen acabó sus días en un desguace hará cosa de un par de años, cuando mi tía obligó a su esposo a dejar de conducir. Y es que, al parecer, el pobre e inexperto P. sudaba sangre cada vez que, a tres manzanas de su domicilio, se veía envuelto en el marasmo de las terroríficas rotondas de múltiples carriles que pueblan lo que hasta ayer fue apacible huerta. Tres lustros de urbanismo pepero en la zona es lo que tienen.
Dos cosas debo anotarte:
1. La mejor ensaladilla rusa del mundo la hace mi madre, faltaría más.
2. Lleneticos hasta las trancas estamos de rotondas, pero la mayoría de murcianos no saben tomarlas, porque cuando se sacaron el carné de conducir la única que existía era la de la Plaza Circular, que está(ba) dividida en el centro por una mediana y regulada por semáforos, por lo que no cuenta.
Respecto a 1, podemos vernos en los tribunales cuando lo creas menester. Ve nombrando tu perito xD
Respecto a 2, en los últimos años sólo he estado en Murcia un par de veces y de pasada -una tarde-. Mi tía vive en Churra, muy cerca del Ikea. Llegamos en hora punta, y el tráfico era demencial. Una rotonda grande, a ciertas horas, más que ayudar, entorpece, ya que aquello es sálvese quien pueda. Deberían tener semáforos.
Una tapita de ensaladilla sin aceitunas ¿Puede ser?
Tu tío P. entiende de coches :D
Una tapa de ensaladilla sin aceitunas ¿podría ser?
Tu tío P. entiende de coches ;)
Dos por uno.