Merecedor como pocos de panegírico, John Fitzgerald Kennedy, Jr vino al mundo en Washington el 25 de noviembre de 1960, apenas tres meses antes de que su padre se convirtiera en el 35º Presidente de los Estados Unidos. Entre oropeles, John-John vivió sus tres primeros años junto a su hermana Caroline en una Casa Blanca recién redecorada por la etérea Jacqueline, regalando a cada poco al mundo tiernas estampas infantiles en el Rose Garden o bajo el escritorio Resolute del Despacho Oval.
La vida pública -que no política- de la Primera Familia norteamericana discurría en un ambiente de cuento de hadas -de puertas para adentro, la cosa era muy otra, merced a los escarceos presidenciales con Marilyn y otras muchas- cuando el 22 de noviembre de 1963, el magnicidio de Dallas puso fin a la Administración más glamourosa del siglo XX. El pobre Lee Harvey Oswald acabó pagando el pato de una trama sin duda mucho más complicada, provocando, de paso, otra foto histórica: la del pequeño Kennedy saludando marcialmente ante el féretro de su progenitor.
La desconsolada -y aterrorizada- Jackie se trasladó a Nueva York con sus hijos, hallando consuelo -según las malas lenguas- en los brazos de Bob, su cuñado, pronto destinatario de la misma suerte que su infortunado hermano. La exclamación llegó cuando, en 1968, la viuda nacional contrajo matrimonio con el rupestre Onassis en lo que no fue sino un intercambio entre las ansias de lujo y seguridad de una y el deseo de introducirse en la alta sociedad estadounidense del otro. Un lustro después, las facturas de las tarjetas de crédito empezaban a resultar preocupantes hasta para el griego de oro, que, para entonces, ya se había dado cuenta de que su mujer prefería Park Avenue a la inhóspita Skorpios. El proceso de divorcio, inevitable, sólo fue interrumpido por el fallecimiento del magnate en 1975, y la todavía consorte recibió un buen pellizco de la herencia, regresando definitivamente a la Gran Manzana junto a su descendencia. John, ya un adolescente, encaraba una juventud marcada por el dinero, los paparazzi y los gorilas del Servicio Secreto encargados de su protección.
A principios de los ochenta, el príncipe de la Costa Este se licenció en Historia, formación que completó con un doctorado en Leyes unos años más tarde. Tras un período filantrópico dedicado a mantener el legado de la memoria de su padre, acabó convirtiéndose en ayudante del fiscal del distrito de Manhattan después de suspender el examen en dos ocasiones. Como él mismo reconoció sin pudor alguno, no era ningún genio jurídico.
Daba inicio por aquella época el período de esplendor del que, para la revista People, fue considerado en 1988 the sexiest man alive. Despreocupado por su sustento por razones obvias, pasaba largas horas en Central Park practicando todo tipo de deportes y luciendo un físico que era la envidia de la jet mundial. Especial mención merece su selecta lista de amantes, trufada de celebrities como Sarah Jessica Parker, Ashley Richardson e incluso Madonna -el mejor escribano echa un borrón-. Fue, sin embargo, Daryl Hannah su relación más duradera, siempre a punto de un enlace que nunca llegó a producirse.
En 1995, Kennedy fundó George, una revista de actualidad social y política que pasó por los quioscos con más pena que gloria. Tres años más tarde, el divino amagó sentar la cabeza finiquitando definitivamente su idilio con Hannah para contraer matrimonio con Carolyn Bessette, una rubia algo insulsa de la alta sociedad de Boston. La prensa los adoró, aunque la opinión pública nunca acabó de creerse a la nueva pareja.
Así las cosas, el 16 de julio de 1999, John-John despegó del aeropuerto de Essex County con su Piper Saratoga acompañado de su esposa y Lauren, la hermana de ésta. Acababa de obtener la licencia de piloto -afición en la que fue introducido por Alexander, el malogrado hijo de Onassis-, por lo que su experiencia en vuelo era más que magra. Tenía, además, un tobillo renqueante por un reciente accidente deportivo. Aun así, decidió, en medio de la noche, sobrevolar el Atlántico para dirigirse a Martha's Vineyard, una exclusiva isla de Massachussetts donde debían asistir a una boda. Probablemente por la impericia del piloto, la avioneta acabó precipitándose al océano durante la maniobra de descenso, causando la muerte de sus tres ocupantes.
Sin querer, el adonis americano acabó plegándose a la máxima de los viejos rockeros: vivió deprisa, murió joven y dejó un bonito cadáver.
*A Eva. Petición cumplida :)
Lo más glamuroso es pinchar en Eva después de ver al guapo de John y encontrarse con el careto de Woody.
Siempre he tenido la sensación de que tuvo muy poco que contar y no me refiero a que murió joven sinó a que su vida no fué demasiado interesante. Era un bombón y con su mujer formaban una pareja perfecta desde el punto de vista estético o exteriormente hablando.
Una pena de familia en general.
Ay, pués muhas gracias caballero, me ha gustado mucho.Muá.
Pues mira, a mí la figura de JFK Jr. siempre me ha gustado. Me da la sensación de que vivió como quiso, y eso ya es mucho.
Eso sí, su matrimonio con la Bessette no llegué a creérmelo. Yo me habría quedado con Daryl.
MUAK.
¿Bonito cadáver? Si se cayó al mar estaría hinchado como una pelota. :)
Nunca me gustaron lo niños mimados. En el montón hay mucho más donde escoger...
:)
*Pablo, lo del bonito cadáver es un lugar común con mucha licencia a la épica. Tampoco Jim Morrison o Janis Joplin estaban precisamente en estado de concurso cuando los enterraron... :P
*Blue, argumento demoledor: siempre he sido un niño mimado, y, encima, del montón. Toma ya xD
Memorable aquel episodio de Seinfeld en el que los protagonistas se conjuraban para no masturbarse durante una semana a riesgo de pagar una cena y Elaine terminaba cediendo a sus impulsos con una foto de JFK jr. sin camiseta.
Un tipo con suerte a tiempo parcial.