Con permiso del Casino Royale de David Niven, 007 al servicio secreto de Su Majestad -OHMSS para los incondicionales-, estrenada en 1969, es, posiblemente, el filme más desconocido de la saga double O-seven. Inencontrable durante décadas en VHS, hoy, felizmente, reluce en las múltiples antologías en DVD dedicadas al personaje. Justicia, como decían los antiguos, es dar a cada uno lo que le corresponde.
Es fácil suponer el impacto que debieron sufrir Harry Saltzman y Cubby Broccoli ante la decisión de Sean Connery de no volver a vestirse de esmoquin tras Sólo se vive dos veces. Al instante, y viendo peligrar su imperio, los avispados entepreneurs se lanzaron a un proceso de selección casi mundial en que se entrevistó a cientos de candidatos -todos descartados-, hasta que un anuncio televisivo de perfumes reveló a quien había de llevarse el gato al agua: el modelo australiano George Lazenby, de rotunda planta pero nula experiencia cinematográfica.
Lo que sigue es más que conocido: Lazenby firmó por siete largometrajes, pero un cúmulo de desencuentros con Broccoli y la tibia acogida de la taquilla hacia su debut propiciaron que éste, además, adquiriera carácter de despedida, ante el retorno de Connery en 1971 para protagonizar la irregular Diamantes para la eternidad a cambio de una suma probablemente obscena.
OHMSS, en consecuencia, se convirtió en un título, si no maldito, sí arrinconado por el gran público, que, imprudente, apenas sabe de su existencia. Un selecto colectivo de connaisseurs -en el que me atrevo, ufano, a incluirme- lo consideramos, por el contrario, el mejor de la serie. Y es que Lazenby -desde aquí lo proclamo- fue, en su única incursión, un Bond excelente, por presencia, charme, socarronería y la capacidad autoparódica de que tanto carecía su antecesor, y esto, a quien quiera, se lo digo en la calle sin problema alguno.
Amén del afortunado protagonista, el filme basa su eficacia en un más que inspirado casting, en que destacaron el gran Telly Savalas como el líder de SPECTRA Ernst Stavro Blofeld o la alemana Ilse Steppat en la piel de Irma Bunt, su lugarteniente. Los secundarios habituales -Lois Maxwell, Desmond Llewelyn- y las espectaculares escenas de acción alpina rodadas en glaciares suizos remataron un conjunto adornado por una estética pop tan contundente como inolvidable.
Lo mejor, sin embargo, no reside en nada de lo anterior, sino en las delicadas formas de la bondette principal. Y es que Saltzman y Broccoli se descolgaron contratando nada menos que a Diana Rigg, la más que celebérrima Emma Peel de la serie televisiva Los vengadores.
Dejamos, pues, la historia para abrazar directamente la lírica: nada sino poesía puede brotar para glosar a la más maravillosa de las partenaires jamás soñada por galán alguno. A la star británica se le adjudicó el papel de Teresa Tracy di Vincenzo, caprichosa condesa francoitaliana hija de Draco -Gabriele Ferzetti-, un hampón que se alía con 007 para poner fin a los desquiciados planes exterminadores del villano Savalas. Rescatada por Bond de un frustrado suicidio marino, la asilvestrada Vincenzo acaba conquistando a un Lazenby que hace lo que cualquier hombre en sus cabales: proponerle matrimonio, colmando de felicidad a su futuro suegro, deseoso de que su rebelde retoño siente por fin la cabeza.
Para nuestra desgracia -y el correcto funcionamiento de la franquicia-, Tracy fallece tiroteada por Bunt escasos minutos después de la ceremonia, dejando un viudo tan desconsolado como libre para encamarse en lo sucesivo -infeliz- con quien juzgue menester.
Difícil, en cualquier caso, regresar a lo mundano cuando se ha conocido -siquiera fugazmente- lo sublime.
*A título de curiosidad, el personaje de Tracy Bond fue recuperado, aunque tangencialmente, en el inicio de Sólo para tus ojos, cuando, poco antes de deshacerse definitivamente de Blofeld, Roger Moore deposita flores ante una tumba cuya lápida reza: TERESA BOND, 1943-1969. BELOVED WIFE OF JAMES BOND. En otros filmes de la serie se ha hecho referencia a la viudez de 007, aunque nunca de forma tan explícita.
FOTO: MGM/DANJAQ/UA.
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Para mí es, sin ninguna clase de duda, una de las grandes películas de la serie Bond. La más olvidada, hasta el punto de que muchos ignoran de su existencia, y la más trágicamente hermosa. Y esa Diana Rigg vestida de novia... Nadie más podría haber llevado a Bond a los altares.
Está claro que, cuando estábamos en Cigueña, S.A., a los dos nos implantaron el mismo tipo de chip en el cerebro, querido Álex.
Anoche retomaba a Tracy muriendo en el Aston de su marido y se me ponían los vellos de punta.