Enormemente interesantes resultan las impresiones que el escritor Javier Marías revela en la edición de hoy de El País. Se define Marías como escritor de brújula, y no, como la mayoría, de mapas. Precisa que hay escritores que necesitan saberlo todo de sus historias y de sus personajes antes de ponerse a escribir, en cierto modo se limitan a desarrollar algo que ya estaba cerrado.
Yo, sin embargo -continúa Marías-, sólo quiero una brújula que me indique el norte. Y no es que no sepa a dónde quiero ir, es que no me gusta trabajar con un mapa y tener la sensación desagradable de que sólo me limito a redactar. A mí me gusta sentir cierta incertidumbre porque si supiera de cabo a rabo lo que va a pasar me aburriría mucho. Sabias palabras. En el mismo sentido, el gran Vilallonga señalaba que jamás empezaba a escribir un artículo si sabía de antemano cómo iba a acabar, al considerar entonces la tarea carente del más mínimo interés.
En mi absoluta insignificancia, no puedo menos que compartir la doctrina de ambos popes. Cuando doy comienzo a una reseña en este cuadernillo, me gusta dejarme llevar por una vaga idea inicial, sin que la planificación alcance a poco más allá de la siguiente frase. Lo atractivo, lo estimulante, consiste en dejarse llevar por los dedos que, en el teclado, martillean por sí solos, acaso porque son ellos, y no yo, quienes contienen las ideas adecuadas, las que merecen componer una línea.
Como bien dice Marías, no hay nada de atrayente en limitarse a verter por escrito la integridad de lo que ya se tenía en mente. Ello, personalmente, me llevaría a la sensación de vomitona que me embargaba cuando, en mi época universitaria, durante un examen, y por miedo a dejarme algo vital en el tintero, arrojaba en el papel, a contrarreloj y compulsivamente, el torpe conocimiento que albergaba en mi castigado interior.
Le disciple du Gainsbarre, 03-10-2008.
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