Quizá debido a diversas razones, como la provecta edad de gran parte de los miembros de mi familia, la experiencia de décadas en mi barrio o la influencia de las tiras cómicas de Miguel Gila en El Periódico, el colectivo de los jubilados siempre ha constituido para mí una fuente inagotable de anécdotas, ocurrencias, y, en suma, humor de exquisita calidad.
Una amiga mía, que comparte esta afición gerontófila, me contaba el otro día que un vecino suyo acudió recientemente a un hospital para hacerse un electrocardiograma. Al llegar, le quitaron la camisa, lo tendieron en una camilla, le llenaron el pecho de cables y ventosas, y empezaron a formularle diversas preguntas. ¿Cómo se llama? ¿Fuma usted? ¿Bebe? ¿Suele caminar? ¿Añade mucha sal a las comidas? A los pocos segundos, la impresora matricial de la máquina empezó a dibujar trazos indeterminados en un rollo de papel milimetrado que manaba del aparato.
Al finalizar el chequeo, el anciano caballero, acongojado, se dirigió a su domicilio, encontrándose en el portal al padre de mi amiga, al que informó, alarmado, que, sin previo aviso, en el médico acababan de realizarle la prueba del polígrafo -bolígrafo, en sus textuales palabras-. Acabáramos.
Le disciple du Gainsbarre, 18-05-2007.
El chequeo de la verdad
Posted by : Le poinçonneur | 1 nov 2009 | Published in COSTUMBRISMOS, GRANDES ÉXITOS, HUMORADAS
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