Como, aunque parezca mentira, los laureles se dan a veces a quien los merece, la gran Rosa Maria Calaf acaba de ser galardonada con el Premi Nacional de Periodisme, otorgado por el catalán Consell Nacional de la Cultura i de les Arts.
Es probable que parte de mi enfermiza fascinación por la ciudad de Nueva York tenga que ver con aquellas crónicas que mi querida Calaf hacía en el Telediario, más de veinte años atrás. Desde la Quinta Avenida, el flequillo rojo de la Calaf me hablaba del extranjero, de lo lejano, de ese espacio virtual que me costaba tanto concebir, chaval de extrarradio.
Jubilada por el gilipollesco ERE de RTVE -sólo aquí hacemos estas cosas-, la Calaf es de los últimos exponentes del periodismo de antes, de aquél que centraba la atención en la noticia y no en el espectáculo. De la información pura.
Enhorabuena, paisana.
Hey yo también soy admirador de la Calaf. Daba un toque propio a las informaciones... algo que se echa mucho de menos en los actuales corresponsales que con pañuelo en la cabeza o chaqueta a cuadros son muy impersonales.
Saludos.
El otro día vi en la tele una entrevista con ella. Una profesional como la copa de un pino y una señora majísima.
Un tótem de los que ya no quedan. Parece mentira que prescindan de profesionales como ella. Así nos va.
Gracias, amigos, por vuestros comentarios :)
Recuerdo con cariño sus crónicas con el gorro calado hasta las orejas y la bufanda. :)
Eso es de cuando dejó NY y se fue a Moscú. No ha vivido nada la Calaf...