Control, que no se me olvide. No deja de repetirse en mi mente mientras avanzo un pasillo tras otro.
¡Vamos, mantén la calma! No pasa nada. Intento autoconvencerme pero, seamos sinceros, nunca me suelo creer. En realidad, asiento para mí y así me hago creer que me estoy haciendo caso... -já, yo soy más listo que yo.
Cuando dejo de reírme, vuelvo a centrar la atención en mi entorno. Pasillo 7, Enseres de cocina. Pasillo 8, Productos de limpieza. Pasillo 9, Higiene. Pasillo 10, Cuidado personal....¡Ya debo estar cerca! Las puertas automáticas del gran centro comercial se antojan lejanas al final de la gran arteria central que recorre el establecimiento de punta a punta.
Creo que debe estar por aquí. Me adentro en las profundidades de los pasillos 9 y 10. Botes de formas extrañas y colores llamativos con perfumes de nombre rimbombante, cremas faciales que sólo sirven para hacerte sudar, rollos de papel WC con motivos navideños, pasta dental sin motivos navideños...¿Pero dónde están? Seguro que está hecho a propósito, así te obligan a preguntarles y sienten que lo tienen todo bajo Control.
Cuando ya parecía 'la criatura rara' de los pasillos de tanto deambular arriba y abajo, giro hacia el lado opuesto a la arteria central y allí, en la estantería final del siguiente pasillo, los veo. ¡Cuánto colorido! Bueno, acabemos con esto. Voy decidido y de cara, como los toreros, sin apreciar que esa estantería queda de frente a la carnicería que, en estas fechas navideñas, está repleta de mujeres sedientas de carne. A sus respectivos hombres los divisé a lo largo del pasillo 3, el de las bebidas alcohólicas.
La discreción es una cualidad que no conocen todas esas mujeres. Todas, excepto la que pide escalopa al carnicero, no han apartado todavía su mirada. Yo diría que aún no han pestañeado, seguro que tienen los ojos secos y el corazón partío (creo que sus maridos siguen en el pasillo 3). Hago cábalas sobre lo que piensan. Con quién, dónde, a qué hora, cómo, cuánto... Regreso de mis pensamientos cuando estoy justo donde quería estar, delante del estante colorido. De espaldas a la carnicería, las miradas femeninas me hacen daño en la espalda y en la cabeza, alguna en el culo (ésa está pensando en otra cosa).
Miro al frente y busco. No lo veo, no lo veo, no lo veo...¡Joder! ¡Mierda de colores! Rastreo cada artículo. Las letras se mezclan. Así no voy a acabar nunca. ¿Pero de cuántos tipos hay? No llevo más de 10 segundos y ya me resulta una eternidad. La presión aumenta, al cuchicheo de la carnicería le sigue un grupo de chicas que vienen directas a mi posición, parecen que van sin rumbo pero su rumbo va directo hacia mí. Ya sólo me falta ponerme una pancarta para anunciar mis intenciones. Me lo juego a un último intento, vuelvo a mirar al estante. Control, Control, Control...Por fin localizo la marca, no miro nada más, no tengo tiempo, alargo la mano, cojo una y salgo de ahí a toda prisa. Me parece oír aplausos de la carnicería, debo estar flipando, esto tiene que ser efecto de la adrenalina.
De camino a la salida, guardo mi compra entre mi brazo y mi axila, no quiero más show por hoy. También aprovecho para anticiparme a la siguiente situación, llevo dinero en metálico en una mano y busco una caja libre mucho antes de que llegue frente a ellas. En todas hay cajeras. Mala suerte. No importa (¡já!, no poco), es el último eslabón y luego ya estaré fuera.
A varios metros de las cajas diviso una libre. Lo bueno: es la caja rápida, por eso no hay nadie en estas fechas. Lo malo: la preside una cajera y, por ende, tiene a ambos lados otras dos cajas, con sus respectivas cajeras y sus respectivas colas de gente. Lo bueno es mejor que lo malo, me convenzo a medida que llego y me presento ante la cajera. Dejo sobre la cinta, casi a la par, el producto y el dinero. Si pudiera le decía que se quedase con el cambio y seguía mi camino. Mal síntoma, me engaño a mi mismo, yo nunca dejo propina.
La cajera me mira. Yo la miro. La cajera mira el producto, no hace ni caso al dinero. Yo la miro. La cajera me mira, otra vez. Yo la miro. La cajera mira el producto, ahora también mira el dinero. Yo me acuerdo de las mujeres de la carnicería y de sus maridos. La cajera disimula la sonrisa... Yo disimulo mi agobio. Ya empezamos. Ella coge el producto, lo mira de cerca. Parece que le interesa. Entonces lo acerca al láser pero no se oye nada, ningún 'bip'. Lo intenta en varias ocasiones pero nada.
Vienen a mi mente las típicas escenas de humor televisivo en que la cajera del súper habla por el megáfono para consultar el precio de un producto y se entera todo el local. Por 'suerte' ella es más sutil y tan 'sólo' llama la atención de su compañera de la caja de al lado (sí, donde hay mucha gente) y le pregunta por el código del producto que tiene en las manos. Obviamente, todos miran a su mano. Estoy flipando, pienso en salir corriendo de la escena. Mujeres, hombres, ancianos, niños...un poco de todo observa el producto. La otra cajera debe sentir empatía o, directamente, lástima por mí porque le indica el código de manera inmediata. Gracias, Dios te lo pague con hijos y muchos intentos (pienso).
Tras introducir el código, mi cajera se dirige a mí: OK, señor, serán 11,70€. Tal y como lo dice, ella misma se cobra y me da el cambio. Al ir a coger el producto, se vuelve a dirigir a mí: disculpe, ¿quiere también pilas? Sin entender muy bien lo que me dice, miro con atención lo que tengo en la mano. Me cago en la puta (me digo en bajito aunque se me oye). Un dibujo de una especie de 'dedal vibrador' (no, el aro vibrador no, ¡un dedal!) se muestra disimulado en el reverso de la caja (gracias, señores comerciales, por ponerlo ahí).
Rojo como un tomate balbuceo algo que no me entiendo ni yo. Me da como un vahído aunque no abandono el mundo de los vivos. Dejo entonces el producto de nuevo sobre la cinta (el cambio me lo llevo, yo no dejo propinas) y sólo se me ocurre decir con una leve carraspera: esto pa ti. Feliz Navidad.
Abandono el lugar más rápido de lo que entré. Muy a lo lejos, juraría que me parece volver a oír aplausos de la carnicería. Sus maridos brindan por mí, ésa es la actitud.
*En este diciembre próximo a su fin es mi compadre Rubens quien se atreve con el correspondiente Special Guest Star. Las desventuras profilácticas de un muy prudente analista informático le dan forma. Disfrútenlo tanto como yo, ufano, alardeo de la amistad de su autor. Tienen más aquí.
Cuando ya parecía 'la criatura rara' de los pasillos de tanto deambular arriba y abajo, giro hacia el lado opuesto a la arteria central y allí, en la estantería final del siguiente pasillo, los veo. ¡Cuánto colorido! Bueno, acabemos con esto. Voy decidido y de cara, como los toreros, sin apreciar que esa estantería queda de frente a la carnicería que, en estas fechas navideñas, está repleta de mujeres sedientas de carne. A sus respectivos hombres los divisé a lo largo del pasillo 3, el de las bebidas alcohólicas.
La discreción es una cualidad que no conocen todas esas mujeres. Todas, excepto la que pide escalopa al carnicero, no han apartado todavía su mirada. Yo diría que aún no han pestañeado, seguro que tienen los ojos secos y el corazón partío (creo que sus maridos siguen en el pasillo 3). Hago cábalas sobre lo que piensan. Con quién, dónde, a qué hora, cómo, cuánto... Regreso de mis pensamientos cuando estoy justo donde quería estar, delante del estante colorido. De espaldas a la carnicería, las miradas femeninas me hacen daño en la espalda y en la cabeza, alguna en el culo (ésa está pensando en otra cosa).
Miro al frente y busco. No lo veo, no lo veo, no lo veo...¡Joder! ¡Mierda de colores! Rastreo cada artículo. Las letras se mezclan. Así no voy a acabar nunca. ¿Pero de cuántos tipos hay? No llevo más de 10 segundos y ya me resulta una eternidad. La presión aumenta, al cuchicheo de la carnicería le sigue un grupo de chicas que vienen directas a mi posición, parecen que van sin rumbo pero su rumbo va directo hacia mí. Ya sólo me falta ponerme una pancarta para anunciar mis intenciones. Me lo juego a un último intento, vuelvo a mirar al estante. Control, Control, Control...Por fin localizo la marca, no miro nada más, no tengo tiempo, alargo la mano, cojo una y salgo de ahí a toda prisa. Me parece oír aplausos de la carnicería, debo estar flipando, esto tiene que ser efecto de la adrenalina.
De camino a la salida, guardo mi compra entre mi brazo y mi axila, no quiero más show por hoy. También aprovecho para anticiparme a la siguiente situación, llevo dinero en metálico en una mano y busco una caja libre mucho antes de que llegue frente a ellas. En todas hay cajeras. Mala suerte. No importa (¡já!, no poco), es el último eslabón y luego ya estaré fuera.
A varios metros de las cajas diviso una libre. Lo bueno: es la caja rápida, por eso no hay nadie en estas fechas. Lo malo: la preside una cajera y, por ende, tiene a ambos lados otras dos cajas, con sus respectivas cajeras y sus respectivas colas de gente. Lo bueno es mejor que lo malo, me convenzo a medida que llego y me presento ante la cajera. Dejo sobre la cinta, casi a la par, el producto y el dinero. Si pudiera le decía que se quedase con el cambio y seguía mi camino. Mal síntoma, me engaño a mi mismo, yo nunca dejo propina.
La cajera me mira. Yo la miro. La cajera mira el producto, no hace ni caso al dinero. Yo la miro. La cajera me mira, otra vez. Yo la miro. La cajera mira el producto, ahora también mira el dinero. Yo me acuerdo de las mujeres de la carnicería y de sus maridos. La cajera disimula la sonrisa... Yo disimulo mi agobio. Ya empezamos. Ella coge el producto, lo mira de cerca. Parece que le interesa. Entonces lo acerca al láser pero no se oye nada, ningún 'bip'. Lo intenta en varias ocasiones pero nada.
Vienen a mi mente las típicas escenas de humor televisivo en que la cajera del súper habla por el megáfono para consultar el precio de un producto y se entera todo el local. Por 'suerte' ella es más sutil y tan 'sólo' llama la atención de su compañera de la caja de al lado (sí, donde hay mucha gente) y le pregunta por el código del producto que tiene en las manos. Obviamente, todos miran a su mano. Estoy flipando, pienso en salir corriendo de la escena. Mujeres, hombres, ancianos, niños...un poco de todo observa el producto. La otra cajera debe sentir empatía o, directamente, lástima por mí porque le indica el código de manera inmediata. Gracias, Dios te lo pague con hijos y muchos intentos (pienso).
Tras introducir el código, mi cajera se dirige a mí: OK, señor, serán 11,70€. Tal y como lo dice, ella misma se cobra y me da el cambio. Al ir a coger el producto, se vuelve a dirigir a mí: disculpe, ¿quiere también pilas? Sin entender muy bien lo que me dice, miro con atención lo que tengo en la mano. Me cago en la puta (me digo en bajito aunque se me oye). Un dibujo de una especie de 'dedal vibrador' (no, el aro vibrador no, ¡un dedal!) se muestra disimulado en el reverso de la caja (gracias, señores comerciales, por ponerlo ahí).
Rojo como un tomate balbuceo algo que no me entiendo ni yo. Me da como un vahído aunque no abandono el mundo de los vivos. Dejo entonces el producto de nuevo sobre la cinta (el cambio me lo llevo, yo no dejo propinas) y sólo se me ocurre decir con una leve carraspera: esto pa ti. Feliz Navidad.
Abandono el lugar más rápido de lo que entré. Muy a lo lejos, juraría que me parece volver a oír aplausos de la carnicería. Sus maridos brindan por mí, ésa es la actitud.
*En este diciembre próximo a su fin es mi compadre Rubens quien se atreve con el correspondiente Special Guest Star. Las desventuras profilácticas de un muy prudente analista informático le dan forma. Disfrútenlo tanto como yo, ufano, alardeo de la amistad de su autor. Tienen más aquí.
Ja, ja...¡Muy bueno!
Saludos.
Si señor... Muy currado. Me gusta.
AY!mi "Murakami español"...
Muy divertido; congratulations.
Sandra
Vaya, aquí para ser un "special guest star" hay que tener nivelazo. Cualquiera se atreve.
Todo un honor haber publicado un post en este blog y todo un placer que haya gustado. No se puede pedir más, grazie mille ;)
Jajaja! Me he reído mucho leyéndolo, es muy bueno! Aún recuerdo cuando comprábamos los condones y una revista, para disimular :)