Cuando John C. Holmes se casó con Sharon Gebenini le prometió honrarla, respetarla y serle fiel. No cumplió ninguno de los tres propósitos. Sin embargo, Sharon aún guarda el papel en el que John garabateó aquellas palabras sin valor. Así era en esencia John Holmes, un hombre encantador incluso cuando te traicionaba, algo que, los que le conocían, sabían ocurriría tarde o temprano.
John Curtis Holmes nació un 8 de agosto de 1944 en el condado de Pickaway, Ohio. Como el pequeño de tres hermanos, estaba destinado a ser el receptor del cariño de todos ellos de no ser porque su padre era un alcohólico cuyos repetidos maltratos habían convertido a su esposa en una fanática religiosa. De su traumática infancia apenas se sabe nada. Holmes habló del tema en pocas ocasiones. Fue su primera esposa, Sharon, quien relató en un documental póstumo sobre su figura los problemas de John para dormir y sus frecuentes pesadillas en las que su padre vomitaba sobre él y sus hermanos. Pronto comenzaron sus escarceos con el sexo opuesto. A los 12 años perdió la virginidad a manos de una amiga de su madre de 36. Ella fue la primera de entre las 14.000 y 20.000 mujeres que se estiman pasaron por sus brazos durante su corta vida.
Rápidamente convertido en estrella del naciente universo hardcore pese a lo escaso de su aportación efectiva al género (tan sólo se podrían destacar un puñado de películas entre las que brillarían la divertida y gamberra serie dedicada a las carnales aventuras del detective Johnny Wadd) Holmes mantuvo cierta estabilidad durante su primera etapa en el mundillo. Sin embargo, no tardó en iniciar una serie de romances lejos del influjo de las cámaras al tiempo que el agotador ritmo de rodaje y la presión le conducían al submundo de las drogas. A pesar de ello, Sharon se mantendría a su lado hasta 1985, ejerciendo, en no pocas ocasiones, como matriarca del harem compuesto por su marido y docenas de ocasionales amantes.
Propietario de una libido feroz, Holmes siempre reservó energía suficiente para mantener fugaces romances con infinidad de mujeres atraídas por el mito.
“Un jardinero feliz es el que tiene las uñas llenas de tierra y un cocinero feliz es un cocinero gordo. Nunca me canso de lo que hago porque soy adicto al sexo. Soy muy lascivo”.
Entre las pocas mujeres que significaron algo para él cabe destacar, además de a su primera esposa, a Julia St. Vincent, sobrina del productor Armand Atamian, a quien conoció durante un rodaje. Con ella mantendría una fluctuante relación de seis años. Más adelante, St. Vincent produciría uno de los muchos documentales inspirados por la leyenda de Holmes. Más intensa fue su relación con la adolescente de 16 años Dawn Schiller. Dawn era vecina de Holmes en el bloque de apartamentos baratos en el que residía cuando fue seducida sin demasiados problemas por “la gran estrella del porno”. Más tarde, fue introducida en el mundo de la drogodependencia por él. De hecho, Dawn Schiller acompañó a Holmes durante los turbios incidentes ocurridos en la avenida Wonderland en junio de 1981.
A finales de los setenta la estrella de John Holmes comenzó a decaer vertiginosamente. Su adicción a la cocaína había alcanzado niveles límite. Se dice que esnifaba una raya cada 15 o 20 minutos y agotaba un frasco diario de Valium (40 pastillas) para contrarrestar sus efectos. Como consecuencia de tales abusos, sencillamente no se le levantaba. Sus problemas de erección se convirtieron en la comidilla del Tinseltown azul. Los rumores aseguraban que utilizaba varias fluffers (mujeres encargadas de lograr y mantener erecciones off the record) para conseguir rodar una escena y que éstas, agotadas literalmente por tan arduo trabajo, necesitaban horas para conseguir algo semejante a una erección. El considerable tamaño de su miembro y la ingente cantidad de sangre necesaria para lograr tal fin, se convirtió, paradójicamente, en su mayor problema. En ese punto, el trabajo comenzó a escasear y Holmes se vio obligado a buscar alternativas viables para mantener contenta a su nariz. Las maletas que robaba en las cintas de equipaje del aeropuerto de Los Angeles, los pequeños trapicheos a costa de tarjetas de crédito robadas, su trabajo como chapero y los dólares conseguidos prostituyendo a su novia adolescente no eran suficiente para mantener bien equipada la maleta marrón que siempre le acompañaba.
“Hacia 1978 Holmes se pasaba todo el tiempo fumando cocaína. Se había metido en la droga durante el rodaje de una película en Las Vegas y desde entonces no dejó de fumar. Ya no iba nunca a ninguna parte sin su maletín Samsonite marrón. Dentro llevaba las drogas, su pipa de vidrio, el bicarbonato y un platillo para hervir el polvo de la cocaína hasta convertirlo en una piedra, una botella de ron 151 y bolitas de algodón para encender la pipa”. Su situación era desesperada. En su último rodaje el director estuvo cerca de atizarle porque llegaba tarde al trabajo y siempre colocado. “El único modo que teníamos de hacerle trabajar era esparciendo coca por el suelo hasta el set de rodaje”.
A pesar de seguir casado con su primera esposa, hacía tiempo que John y Dawn vivían juntos en una destartalada caravana Chevy Malibu propiedad de Sharon, lo que no impedía que “invadiesen” su casa si la necesidad era muy marcada. “Cuando se metía coca, lo hacía hasta que ya no quedaba. Luego rascaba la pipa y se fumaba toda la resina que podía sacar y después se tomaba un puñado de Valiums. Me hacía hacerle aquellas galletas de chocolate y manteca de cacahuete. Toda esa cantidad de azúcar le ayudaba a dar el bajón. Se bebía un gran vaso de leche, poníamos los dibujos animados y luego se iba a la cama en el dormitorio de Sharon. Yo solía quedarme dormida en el sofá”, contó Dawn. Así las cosas, Holmes comenzó a realizar trabajos de poca monta para la banda de Wonderland. Éstos, una serie de delincuentes de poca monta (la mayoría de ellos yonkis) que debían su nombre a su base de operaciones, un apartamento situado en Wonderland Avenue, le confiaron pequeños trabajos como correo. Simultáneamente, John mantenía contactos con el mafioso local, Ed Nash, a quien suministraba chicas a cambio de drogas. Se fraguó así el génesis del caso de los asesinatos de Wonderland.
Adel Nasrallah, autentico nombre de Nash, era un palestino naturalizado norteamericano que había llegado a los States en la década de los 50. Tras comenzar vendiendo perritos calientes en un puesto callejero, no tardó en darse cuenta de que el triunfo en su nuevo país pasaba por los negocios ilegales. Mediante el tráfico de drogas, Nash no tardó en medrar dentro del hampa angelino hasta alcanzar cierto estatus. A sus múltiples negocios inmobiliarios utilizados para lavar dinero negro, se unían varios clubes de strip-tease y una afición desmedida por el sexo que le llevó a invertir dentro de la industria del porno. Allí fue dónde conoció a Holmes.
El 29 de junio de 1981, los desesperados y torpes miembros de la banda de Wonderland decidieron interceptar un envío de Nash. Éste, encolerizado, no tardó en tomar represalias. El 1 de julio, advertido probablemente por Holmes de quién había sido el responsable del robo del alijo, matones de Nash aniquilaron a la banda en su propio cuartel general. La brutalidad de los asesinatos fue tal que los detectives que llevaron el caso declararon no haber visto cosa igual desde los crímenes cometidos por la familia Manson. Holmes, el único miembro de la banda en salir con vida de la masacre, huyó junto a su novia para ser detenido en Florida seis meses más tarde. Terminaría siendo liberado sin cargos antes de cumplir un año en prisión.
Instalado definitivamente en el fondo del más profundo abismo, abandonado por Schiller, sin trabajo y con una salud precaria, Holmes fue rescatado por un viejo amigo que le propuso retornar al porno con la única condición de que estuviese limpio de drogas. Con gran esfuerzo y tras una cura de desintoxicación de dudoso éxito, Holmes regresó al mundillo en una película de bajo presupuesto rodada en el circuito alternativo de San Francisco. Atrás quedaban para siempre los dorados tiempos en que ganaba 5.000 dólares por día de trabajo y asistía en limusina a los multitudinarios estrenos de sus películas en Sunset Boulevard. Sería allí donde, durante el rodaje de “Flesh Pond”, conocería a una joven de 19 años llamada Laurie Rose, junto a quien iniciaría la última etapa de su vida. Ella, nacida en un pequeño pueblo de Nevada, era escasamente agraciada, lo que le había impedido introducirse en la por entonces “elitista” industria pornográfica angelina. Su aspecto sonrosado y saludable chocaba frontalmente con el demacrado aspecto de Holmes, quien a sus 39 años de edad aparentaba el doble. La influencia de Laurie fue decisiva en el breve retorno a la estabilidad del actor. Consiguió alejarle de las drogas de modo permanente y hacerle ganar algunos kilos gracias a un alimentación regular y compensada. Su paranoia, sin embargo, no tenía cura. Según Laurie, a John no le gustaba salir de casa, de tal modo que se pasaban las noches viendo vídeos en la cama. Más adelante, él sugirió la posibilidad de visitar clubes de intercambio los fines de semana para que otros pudieran satisfacer las necesidades de su joven novia que él a duras penas podía proporcionarle. Tras una negativa rotunda inicial, ella terminaría aceptando.
En el verano de 1985, tras unas semanas de continuas diarreas y malestar general, Holmes acudió a un médico en busca de un diagnóstico. El resultado no fue concluyente, pero los síntomas continuaron creciendo. Ante la falta de alternativas se le decidió practicar la prueba de una todavía novedosa enfermedad, el SIDA. Dos semanas más tarde, John Holmes recibió la confirmación de que era seropositivo. “Cuando supo el resultado del análisis se rió de aquello. Cerramos la oficina y nos fuimos a la playa. Tocamos nuestras canciones favoritas, paseamos y hablamos. John me dijo que le parecía como si le hubiesen elegido para coger el SIDA por ser quien era, por cómo vivía. Se sentía como si fuera un ejemplo para los demás”. Mucho se ha especulado sobre las razones de su contagio. Teniendo en cuenta su modo de vida pudo ser de cualquier modo. Es, sin embargo, su única incursión en el cine porno gay la que mayores posibilidades tiene de ser el origen de su enfermedad. En 1983, acuciado por la falta de ofertas, aceptó rodar una película homosexual titulada “Los Placeres Privados de John C. Holmes” (rodaje por el que se embolsó un cuarto de millón de dólares que terminarían desapareciendo por el sumidero de su nariz) en la que compartió cartel con la estrella del género, Joey Yale, quien murió de SIDA en 1986. Y si Yale nunca comunicó su enfermedad a la industria, John siguió el mismo camino. Durante años continuó rodando sin protección junto a algunas de las grandes estrellas de la época. Entre ellas se encontraban: Ginger Lynn, Traci Lords y la conocida estrella europea Cicciolina, junto a quien rodó la que sería su última película. Fue ella quien le definió como “muerto en vida”.
Contra todo pronostico fue su joven novia la única que se mantuvo a su lado hasta el final. En 1987, ya con Holmes en estado terminal, Laurie Rose se convirtió en Laurie Holmes en una modesta ceremonia celebrada en una capilla de una barriada de Los Ángeles. Ni siquiera tenían dinero para cubrir los gastos de la ceremonia. Años más tarde, Laurie se volvería a casar con Tony Montana, otra vieja gloria del porno también seropositivo.
El 13 de marzo de 1988, John C. Holmes, alias John Duvall, alias Big John Fallus, alias John Helms, alias Johnny Wadd, alias Big John, alias Long John Wadd, fallecía en un hospital de Los Ángeles a la edad de 43 años. Los gastos hospitalarios fueron sufragados por varios productores de la industria porno que exigieron al hospital un hermetismo total acerca de las causas de su muerte. Más tarde serían ellos quienes (para evitar una epidemia de pánico entre sus huestes) harían público la noticia de que fue un cáncer de colón el que acabó con la vida de la estrella. Sus restos fueron incinerados tres días más tarde.
Definir una vida de tal bajeza no resulta fácil. Vanessa del Río, mítica superestrella de la época dorada del género, fue de las pocas en dedicarle algunas buenas palabras: “Con John Holmes no hay termino medio: o lo detestas o lo amas. A mí me encantaba follar con él. Tener en mi interior todo su volumen me hacía llegar al delirio. No tenía rival y, además, era un excelente compañero, chistoso y ocurrente, no como otros, muermos totales”. Del Río hizo referencia al mito, que no al hombre. Lo cierto es que todos los que tuvieron contacto con él se han aprovechado del mito para sobrevivir a su costa, ya sea mediante libros, películas o participación en programas televisivos. A día de hoy, John C. Holmes sigue siendo rentable. Sigue vivo en la imaginería del aficionado al cine azul. El mito vive, el hombre murió. Y el mejor epitafio tal vez sea el que le dedicó Sharon Gebenini, su primera esposa, tal vez la persona a quien más daño hizo un tipo dañino por naturaleza como fue Holmes: “John era un niño pequeño asustado. Cuándo me di cuenta de ello ya era demasiado tarde. Me hacen gracia todos esos que dicen que le conocieron. Nadie conoció a John”.
*Es para mí un honor presentarles, por gentileza de Álex, la tercera entrega de Special Guest Star, esta vez dedicada a la historia de John Holmes, el más legendario de los actores del género gamberro. Les invito también, cómo no, a que redescubran la sencilla grandeza de saltar charcos. Yo llevo tiempo haciéndolo con entusiasmo.
Mil gracias, amigo.
A Johnnie Holmes le hicieron justicia parcialmente con "Boogie Nights", aunque él tuvo más recorrido que Dirk Diggler.
Qué estupenda es "BN". Tengo pendiente revisitarla desde hace tiempo. La Moore está que se sale, Wahlberg imponente -qué escena la del espejo-, y qué hablar de Burt Reynolds, un tipo que merece no un post, sino un blog entero.