Si yo fuera un opinador autorizado, opinaría sobre la querella que el PP acaba de presentar contra el juez de la Audiencia Nacional Baltasar Garzón, por su posible prevaricación en las causas que instruye acerca de la presunta corrupción de algunos destacados miembros del partido.
Si yo fuera un disertador de renombre, disertaría sobre la vehemencia con que los medios afines a la derecha más ramplona acusan a Garzón de imparcialidad en sus actuaciones contra los populares.
Si yo fuera un maliciador profesional, maliciaría sobre los vítores de esos mismos voceros cuando, recién salido del último Gobierno de Felipe González, un Garzón desembridado se constituyó en azote de socialistas a través de sus actuaciones en sumarios relativos al caso GAL.
Si fuera, en suma, un agitador de masas, llegaría a aventar la desfachatez con que algunos -demasiados- postulan una concepción prêt-à-porter de la judicatura, en base a la cual, el magistrado que tan bien sentaba una temporada puede volverse áspero y démodé a la siguiente, sin cambiar de nombre ni de despacho.
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