El 12 de marzo de 1991,
Jorge Semprún cesó -más bien, lo cesaron- como Ministro de Cultura de uno de los últimos Gobiernos de
Felipe González. Yo, que nunca lo he leído -soy, ya saben, un memo- siempre vi en él un aire aristocrático que lo alejaba sideralmente del cutrerío de la mayor parte de la clase política nacional. Que pegaba poco de ministro estaba claro: nuestros lugares comunes dejan poco espacio para el dandismo.
Como
Semprún era un sabio, lo primero que hizo tras su cese fue agarrar del brazo a su esposa
Colette y largarse a París, a su casa de la rue de la Université, donde ayer mismo fallecía. Según feliz ocurrencia de
Nicolas Sarkozy, para el exministro la plaza del Panteón era, aproximadamente, el centro del mundo. Compréndase: cualquiera que haya visitado la
Ville Lumière comprobará que el Panteón es de ese tipo de edificios -por forma, y sobre todo, por fondo- que jamás existiría en un país como el nuestro.
Dejo para el interesado -también para el curioso- el texto de
la entrevista que el recién traspasado escritor concedió hace unos meses a
Juan Cruz para
El País Semanal. No se pierdan la furia que
Semprún descargó -como tantas otras veces- contra
Santiago Carrillo, compañero de exilio comunista y santo de la devoción de este panfletero. Y es que los grandes, amigos, no aflojan ni a dos pasos de la tumba.
Descanse en paz.
Y en Francia. Bravo por él.