Yashir
detiene su carro frente a la verja del parque de Glòries, levanta la
vista al cielo y escruta las nubes negras que han empezado a
cubrirlo, intentando calcular cuánto rato tardará en empezar a
llover.
En
los días de mercadillo, la lluvia no es buena para el negocio.
Las pesadas puertas que dan acceso al recinto están aún cerradas, así que Yashir lanza su mercancía, envuelta en un hatillo, por encima de la verja, y abandona el pesado carro a su suerte. Después, liberado ya de su carga, camina ligero hasta un lateral de la verja, donde el hueco entre los barrotes es algo mayor, y se desliza entre ellos con la pericia que le ha dado la experiencia.
Las pesadas puertas que dan acceso al recinto están aún cerradas, así que Yashir lanza su mercancía, envuelta en un hatillo, por encima de la verja, y abandona el pesado carro a su suerte. Después, liberado ya de su carga, camina ligero hasta un lateral de la verja, donde el hueco entre los barrotes es algo mayor, y se desliza entre ellos con la pericia que le ha dado la experiencia.
A
pesar de lo temprano de la hora, el parque empieza a estar concurrido
y, aquí y allá, pueden verse los primeros tenderetes, que los más
madrugadores han dispuesto ya en el suelo, con su mejor cuidado.
Yashir
recoge los objetos que, tras el aterrizaje, han escapado del hatillo,
desperdigándose por el suelo.
Previsor
ante las eventualidades, elige un pequeño claro, junto al cobijo de
un árbol, para montar su parada. Sobre la vieja colcha, que utiliza
para envolver su mercancía, dispone un surtido de destartalados
relojes, una colección de maltrechas figuritas, dos bandejas de
latón y la joya de su muestrario: una estilográfica de un dudoso
dorado, salpicado en tinta.
En el
mercadillo de los desheredados todo vale.
Porque
nunca se sabe cuándo puede cambiar la suerte, se dice Yashir
mientras ordena los relojes por tamaños, tal vez hoy aparezca por
fin el codiciado coleccionista que sabrá apreciar el verdadero valor
de alguno de sus artículos; valor, que ni el propio Yashir, se
admite, es capaz de reconocer. Pero mientras espera ese momento, sabe
que tendrá que conformarse con la habitual procesión de jubilados,
amantes de los objetos inútiles y de amas de casa, a la caza de la
ganga imposible.
Yashir
se sienta sobre una piedra a esperar la llegada del primer cliente.
La peste a orín es hoy más fuerte que en otras ocasiones y la brisa
de la mañana sólo contribuye a propagarla. El surtido de condones
usados, disperso por doquier, evidencia la actividad que se lleva a
cabo en el parque, donde proliferan las prostitutas de pechos tristes
y porvenir incierto, al caer el sol.
Hace tiempo que el
parque fue olvidado por las brigadas de limpiezas, que amparadas por
las autoridades, pasan cada mañana de largo, en dirección al centro
comercial. Porque lo que no existe no necesita ser limpiado.
Yashir
echa un vistazo a las paradas que comienzan a proliferar a su
alrededor. Los puestos de los orientales, reyes de los DVD piratas y
de los cinturones de poliéster, y las paradas de los magrebís,
donde priman los móviles de segunda mano y los pequeños
electrodomésticos, de tercer o cuarto uso.
La
competencia va a ser dura hoy.
Yashir
sabe que le resultará difícil deshacerte de su lote, máxime cuando
en cualquier momento puede empezar a llover, y que posiblemente
tendrá que conformarse con hacer algún trueque que no le sea del
todo desfavorable. Acaso la estilográfica…
Un
hombre se ha detenido frente a su tenderete. Es alto y viste
gabardina. Lleva un paraguas en la mano.
-¿Qué
pides por eso, chico?- le interroga sin mediar saludo.
-¿Cómo
señor?- responde Yashir abandonando su asiento.
El
hombre le lanza una mirada impaciente y señala con la punta de su
paraguas en dirección a las figuritas.
-¿Por qué va a ser,
chico? …por la estatuilla de la lavandera- añade imitando el
gesto de lavar ropa a mano- esa que tiene el canto desconchado.
-Ah si lalavandera,
pero es un golpe pequeño y se arregla fácil. Diez euros- se
aventura Yashir- mire, mire como es suave, es de porcelanía….
-Porcelana querrás
decir- le corta con sorna- eso tiene de porcelana lo que yo de cura…
anda vamos, que no te daba diez euros ni por toda la colección.
-¿Usted es
coleccionista? - se anima Yashir- entonces usted conoce lo que es
bueno. Las figuras son sólo para gente con poco dinero. Mire esto
que tengo aquí, seguro que le interesa...
En un
gesto rápido, Yashir se agacha y coge la estilográfica. Al
incorporarse comprueba que el hombre se ha colgado unos lentes en la
punta de la nariz.
-Son para examinar con
más detalle…- se excusa en un gesto altivo- a ver qué tienes
aquí…
El
hombre toma la estilográfica y la examina largamente. Yashir
contiene la respiración.
Empieza
a llover.
-Chico… - responde al
fin- no sé por quién me has tomado. No soy ningún coleccionista,
pero tampoco necesitaría serlo para saber que esta pluma no vale ni
el material con el que está fabricada… además, pierde tinta. En
las papelerías las venden nuevas por cinco euros - añade mientras
que se la devuelve.
-Usted está equivocado-
se desespera Yashir- mírela otra vez- le dice agitando la
estilográfica- es de mucho valor….
La
lluvia es ahora torrencial.
- Sí claro, de muchísimo
valor… -le grita el hombre mientras abre el paraguas- lo siento,
chico, hoy no es tu día de suerte.
Y de
una carrera, sale del parque, cruza la calle, camuflado bajo su
paraguas y desaparece engullido por la boca del metro.
Yashir
vuelve la vista a su alrededor. Los vendedores ambulantes han
recogido ya sus bártulos y huyen en desbandada.
El
cielo se viene abajo.
Con
una incomprensible calma, Yashir empieza a recoger sus cosas. Primero
guarda los relojes y las bandejas, después las figuritas, una a una
y con mucho cuidado, finalmente toma la estilográfica.
La
lluvia ha lavado las manchas de tinta que la cubrían, dejando al
descubierto su dorado original.
Un
dorado de incalculable valor.
TEXTO: MARIBEL RUIZ.
FOTO: CRISTINA COSTALES.
*Con Yashir finaliza -espero que sólo por esta temporada- la colaboración de Maribel Ruiz con este libelo, que, como saben, es el suyo y el de todos Vdes. Ha sido para mí una alegría contar con su concurso, mas sus méritos literarios -que son notables- palidecen al lado de sus virtudes personales. Y es que mi Ruiz, amigos, es dama cálida y de sonrisa franca. Chispeante en el chat y mordiente en el cara a cara. Cariñosa y confiable, vivida y embaucadora. Cuñada postiza, en suma, para lo que me quede de vida.
Maribel, Poinçonneur, me habéis dejado los dos más blanda de lo normal, que ya es mucho. Como me encanta la flacidez moral, os lo perdono.
La Ruiz se lo merece todo o casi todo, pero eso es algo que tú ya sabes.
muasmuas