Como además de cansino soy persistente, mis feligreses ya saben de que uno de mis grandes
ays deriva de la ausencia absoluta de carisma, ese tesoro inasible que yo envidio a los afortunados en mis noches de insomnio. Es por ello que, desde siempre, he seguido con entusiasmo a los
Flores, una familia irrepetible que sacaría arte hasta de la micción matutina.
Lola, sideral,
El Pescaílla, profeta,
Antonio, guía. No olvidemos a
Rosario -leona- ni a
Lolita -reivindicada-. Incluyamos también, a
Carmen, la única a quien he visto personalmente cuando vino a cantar a las fiestas de mi barrio badalonense, hará ya como un cuarto de siglo, al volante de su BMW plateado y con su madre casi nonagenaria en el asiento trasero.
El momento cumbre de mi florismo aconteció, sin embargo, poco después, por mor del homenaje que en Miami -la Benidorm de ultramar- alguna cadena latinoamericana con visión de negocio dio a
La Faraona. Desfilaron por allí
Rocío Jurado,
Julio Iglesias,
Celia Cruz o un juncal
Chayanne, a razón de dueto por barba con la de Jerez. Tienen, la mayoría, disponibles a golpe de Youtube y con los comentarios del sempiterno
José Luis Uribarri.
La apoteosis vino con el fin de fiesta, por vía de una abracadabrante actuación del clan al completo, reunido a los acordes de
Pan y chocolate. Los fallos de
playback -la guitarra del
Pescaílla suena sin sonar,
Rosario entra cuando se escucha a
Lolita y nadie se acordó de darle un micro a Carmen- y el tronado vestuario no empañan la huracanada
performance de una estirpe de genios.
Have fun.
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