La
mujer que llega tarde
salva
de un salto los últimos escalones que dan acceso al andén y
aterriza sobre sus tacones. La multitud inicia ya el abordaje del
tren y, tras unos segundos, tres pitidos anuncian el inminente cierre
de las puertas.
Recuperando todavía el equilibrio, la mujer alcanza a colarse en el último vagón.
Recuperando todavía el equilibrio, la mujer alcanza a colarse en el último vagón.
Con
la pericia que da la experiencia, la mujer logra abrirse un hueco
entre la gente y avanzar lentamente hasta encontrar un rincón en el
que atrincherarse. Después, rebusca con decisión en el interior de
su maletín y saca un periódico.
Millones de gotas de sudor se deslizan por la espalda de la mujer, que tras considerable esfuerzo consigue localizar su sección favorita y se sumerge en la lectura de los anuncios personales.
Sólo
cinco minutos más tarde, un muchas
gracias señora,
la devuelve a la realidad. Una mujer gorda y de melena ardiente, está
cediendo su sitio a un anciano. El viejo suspira y se deja caer con
dificultad sobre el asiento. La mujer abandona por un momento el
periódico y fija su mirada en él. El viejo tiene el pelo gris y los
ojos claros, va vestido con un traje oscuro de aparente buen estado,
aunque un estudio más profundo delata unos puños y bajos raídos.
La
mujer lo observa unos instantes. El anciano le resulta extrañamente
familiar. Decide desechar la idea pensando que podría tratarse del
abuelo de cualquiera. Una sacudida del tren hace coincidir sus
miradas. La mujer siente en su cara el calor de la vergüenza. El
viejo le envía una sonrisa neutra y distante, que le hace dudar que
vaya dirigida a ella. Por si acaso, la mujer le corresponde con un
asentimiento fugaz y vuelve a clavar la nariz en la prensa.
Pero
es inútil. No puede quitárselo de la cabeza. Su cara le es
conocida, así que vuelve a examinarlo, asomándose por encima del
periódico. El viejo habla ahora en voz queda, mientras mira a su
alrededor en busca de interlocutor. "Dicen que hay Dios, pero es
mentira, si la gente que roba muriera de cáncer, entonces no lo
sería" repite, una y otra vez. Su vecino de viaje –un joven
de pelo largo y túneles en las orejas- se desentiende de él
simulando leer algo en su móvil.
La
megafonía interna anuncia la próxima estación. La mujer que llega
tarde reconoce el nombre de su parada y salta al andén en cuanto se
abren las puertas.
Y entonces lo recuerda.
Orlando Mir. 75 años. El anuncio en el periódico de ayer -el único que no vendía nada- con una foto del viejo, algo antigua, y un teléfono de contacto.
La mujer se vuelve y lo busca con la mirada. El viejo se ha
levantado de su asiento y avanza hacia ella. Tres pitidos anuncian el
cierre de las puertas.
-¡¿Orlando?!
- grita la mujer.
-Dicen
que hay Dios, pero es mentira, si la gente que roba muriera de
cáncer, entonces no lo sería- repite el viejo a modo de respuesta.
El
tren cierra las puertas y retoma la marcha.
El
viejo agita la mano y le sonríe con la mirada perdida.
La mujer que llega tarde le devuelve el saludo.
*Un año más, me hincho cual pavo en ofrecerles las felices colaboraciones de Maribel -con la palabra- y Cristina -con el objetivo-, en esta sección aplaudible y destacada entre el páramo que conforma este libelo, que es, como siempre, el suyo y el de todos Vdes.
TEXTO: MARIBEL RUIZ.
FOTO: CRISTINA COSTALES.
Me repito, lo sé, pero lo digo de todos modos: el dueto Ruiz-Costales funciona de maravilla. Por cierto, qué páramo ni que párama, sr. Poinçonneur? Jardín botánico querrá decir.
Buenísimo el relato.
Me quedo con las ganas de saber como habria continuado el relato...
Excelente cuento. Qué prodigio de elipsis. Felicidades a Maribel, a Cristina por las estupendas fotos, y a ti por tener la suerte de conocerlas y acogerlas en tu casa
Bonita historia y fotazo de Cristina.
Gracias por los comentarios sobre el cuento.
La verdad es que Cristina sabe como nadie poner cara a mis personajes y escenario a mis historias.
Una verdadera artista.
No suelo comentar los posts invitados por política de empresa, pero no me resisto a expresar, en este inicio de curso, mi agradecimiento a Maribel y a Cristina, así como a sus muchos fanses.
No saben Vdes. lo que me encanta que vengan dos intrusas a mi casa y me goleen en reconocimiento, popularidad y visitas. Y si creen que hablo en modo irónico, es que me conocen poco.
Guapas. Gracias.