Por política de empresa, suelo ser bastante escéptico hacia los
reboots, esas nuevas interpretaciones de clásicos del cine de acción que se han puesto tan de moda últimamente. Los
Batman de
Nolan me resultan soporíferos -me falta ver el tercero-, y tiemblo ante el
Superman que prepara el mismo tipo, delegando esta vez la dirección a
Zack Snyder. Básicamente, la receta consiste siempre en lo mismo: convertir a un héroe antaño cascabelero en un ser atormentado, taciturno y pollicorto, dando pátina de trascendencia a lo que jamás la tuvo.
Es por ello que la revisitación de James Bond que hace
Sam Mendes en
Skyfall pudiera resultar tan peligrosa: casas desvencijadas, pasados atribulados, parajes escoceses y relaciones materno-filiales entre asesinos. Mas
Mendes, vencedor, consigue en su
reboot hacer palmear al fanático que llevo dentro, obsesionado como estoy con
double O-seven desde mi más tierna infancia.
Hay que afrontarlo:
Craig -chínchate,
Connery- es el mejor intérprete que hasta la fecha ha conocido el siervo de Su Graciosa Majestad, y el ex de la
Winslet consigue acercar la saga a lo inédito, convirtiendo al producto en cine de autor sin restarle un ápice de contundencia. Hay que agradecer, empero, el concurso de una
Judi Dench que hace olvidar cualquier antecedente masculino en la cúpula del MI6. Sazonen la cosa con un
Albert Finney incombustible y una
Naomie Harris que dará -está dando- mucho que hablar, y que conste que me callo los
spoilers.
Me rindo a la evidencia: tanto como detesto a
Javier Bardem en lo personal -¿es posible señor más cansino?- tengo que alabarlo en lo fílmico. Su Silva está a la altura de los mejores villanos de la serie -viénenme a la memoria
Michael Lonsdale,
Telly Savalas o
Christopher Walken-, y como lo que es, es, quede aquí mi pleitesía.
Skyfall, amigos, es, en suma, un filme impecable que sentará cátedra, y que rivaliza con la nunca suficientemente reivindicada
Agente 007 al Servicio Secreto de Su Majestad por adjudicarse el título de cumbre de la franquicia. Corran a verla.