-Recuerdo
que la noche anterior había llovido muchísimo.
-¿Y
qué tiene eso que ver con nosotros? ¿Ahora hablamos del tiempo?
-Pues
aunque no lo creas, mucho. Yo siempre he creído que el clima es una
proyección de nuestro estado de ánimo,
que podemos forzar que llueva o que
salga el sol.
-Anda,
¿cómo las tribus indias? Qué gracia. Tienes unas ideas muy
extrañas.
-Bueno,
en realidad también lo recuerdo por otra razón. Cuando entraste en
la sala llevabas unas de esas botas que ahora os gustan tanto a las
tías poneros en cuanto caen cuatro gotas.
-¿Las
katiuskas?
-Sí,
como se llamen. Siempre me han parecido ridículas, es como si
os hubiera dado un ataque de infantilismo y anduvierais como locas a
la caza de un charco en el que meteros.
-Muchas
gracias.
-No
me entiendes. Eso es lo que te quería explicar,
que algo que siempre me ha reventado en
las demás tías, en ti me pareció un detalle adorable. ¿Qué raro
no?
-Tan
raro como tus teorías, chico de los
túneles en las orejas.
-¿Por
qué me llamas así? No habías vuelto a hacerlo desde que nos
conocimos.
-¿Te
refieres al mismo día en que el tú me bautizaste como la
mujer madura?
-¿Me lo
vas a recordar toda la vida? No sabía cómo te llamabas y, bueno,
eras la mayor del grupo.
-Sí. Y
bastante más mayor. No seas tan prudente.
-Espera.
-¿Qué
pasa?
-Un viejo
que se me ha sentado al lado y no para de hablar solo. Dice no se qué
de la gente que roba y que se deberían morir de cáncer.
-A
lo mejor es un yayo-flauta.
-No tiene
pinta. Más bien parece que no está bien de la olla.
-¿Y
quién lo está?...Te voy a dejar.
-Espera.
Déjame ir a verte.
-Te he
dicho que no. No me encuentro bien. Creo que estoy incubando algo.
Hasta puede que tenga fiebre.
-Si me
dejaras, yo podría hacerte sentir mejor.
-Qué
procaz eres, jovencito.
-¿Ya
estás otra vez con eso? ¿Cuándo me vas a tomar en serio?
-Es mejor
así. ¿No crees? Además, estoy enferma, ¿es que no lo entiendes?
-Eso a mí
no me importa.
-Pero a
mí sí. Y no me envíes más mensajes.
-Espera.
Es mi parada. ¿Seguimos luego? Por favor.
-….
El
chico de los túneles en las orejas guarda el móvil en el bolsillo
del pantalón y salta del vagón. El tren se aleja envuelto en
estridentes pitidos, que la profundidad del túnel transforma en
carcajadas.
Mira
su reloj. Se le ha hecho tarde. Acelera el paso y en tres zancadas
alcanza el ascensor. Consigue colarse en su interior robándole el
sitio a un hombre de traje anticuado y que apesta a Floïd,
al que ni ha visto.
Una
vez en la calle, se ata la larga melena en una cola que oculta bajo
la espalda de la americana. Saca una corbata del bolsillo y, sin
dejar de caminar, se la anuda al cuello de la camisa.
El
escaparate de la tienda señorea el edificio de esquina a esquina. El
anuncio sigue en la vitrina. Sin darse tiempo a dudarlo, empuja la
puerta y entra, perseguido por el canturreo chillón de la
campanilla.
El
resto ha sido fácil. El encargado se ha mostrado reticente sólo
al principio. La imagen, blablablá, un negocio conservador, más
blablablá. Pero él siempre ha sabido lo que la gente necesita oír
y el esparadrapo con el que le ha prometido cubrir sus lóbulos ha
terminado de persuadirlo.
Después han
caminado juntos hasta la puerta, y mientras se deshacía en alabanzas
hacia el escaparate –por supuesto obra del encargado- le ha ayudado
a retirar el anuncio. No lo lamentará blablablá, mañana a la misma
hora, más blablablá.
Solo ya en
la calle ha notado una vibración en el muslo. Con la sonrisa todavía
en los labios, ha rebuscado en su bolsillo hasta rescatar el móvil y
comprobar que había un mensaje nuevo.
-La
fiebre me ha ayudado a verlo todo con más claridad. No me busques ni
me llames más. He bloqueado tus mensajes.
El
chico de los túneles en las orejas vuelve
a guardar el móvil y camina hasta la esquina. Entonces siente que le
falta el aire. Se palpa el cuello y sus dedos topan con la presión
de la corbata. Deshace el nudo, se la arranca del cuello y la arroja
a una papeleta. Mucho más ligero, reemprende el camino.
Un
trueno estalla a sus espaldas. Las primeras gotas de lluvia lo
alcanzan antes de entrar en el metro.
TEXTO: MARIBEL RUIZ.
FOTO: CRISTINA COSTALES.