Respecto a esta misma hora hace 365 días, peso más o menos lo mismo, tengo menos pelo y he cambiado mi Nissan Micra por un Audi, lo que, como decía el gran Rubianes, me convierte automáticamente en millonario. El Audi, como casi todo en esta vida, no me lo he ganado por mí mismo, sino que ha sido concedido a mi esposa en virtud de su muy reluciente nuevo empleo, ése por el que todo el mundo, en justicia, la felicita. ¿Acomplejado yo? Un cojón.
Han sido 52 semanas convulsas, con momentos cumbre -el yo nunca de julio en casa de mi Paquito- y lo contrario -demasiados funerales-. 8.760 horas que han dado para varios viajes peninsulares, para estrechar lazos con gentes de lo más interesantes -vosotros sabéis quiénes sois, y si no, os lo podéis imaginar- y para congelarlos de por vida con quien forma ya, justa o injustamente, parte de mi pasado.
He visto incontables películas, he aprendido a pasar de la política y a hojear los diarios en diagonal -y soy mucho más feliz-, y no creo haber leído un solo libro entero -réquiem por mi capacidad de concentración-. Vía Facebook he contado cosas que jamás pensé a personas a quienes no he visto la cara, pero que, en un mensaje, en unas líneas, me han demostrado más calor que otros muchos en la convivencia de décadas.
Acabo el año con temores que nacen, mientras otros se aquietan. Compruebo, para mi sorpresa, que soy más duro de lo que pensaba, y que bajo el medianía, a veces, aflora un sustrato granítico.
Por él brindo, como por todos Vdes.
De corazón, a todas y todos, la mayor de las felicidades. Aquí, como siempre, tienen su casa.