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Una amiga mía, que comparte esta afición gerontófila, me contaba el otro día que un vecino suyo acudió recientemente a un hospital para hacerse un electrocardiograma. Al llegar, le quitaron la camisa, lo tendieron en una camilla, le llenaron el pecho de cables y ventosas, y empezaron a formularle diversas preguntas. ¿Cómo se llama? ¿Fuma usted? ¿Bebe? ¿Suele caminar? ¿Añade mucha sal a las comidas? A los pocos segundos, la impresora matricial de la máquina empezó a dibujar trazos indeterminados en un rollo de papel milimetrado que manaba del aparato.
Al finalizar el chequeo, el anciano caballero, acongojado, se dirigió a su domicilio, encontrándose en el portal al padre de mi amiga, al que informó, alarmado, que, sin previo aviso, en el médico acababan de realizarle la prueba del polígrafo -bolígrafo, en sus textuales palabras-. Acabáramos.
Le disciple du Gainsbarre, 18-05-2007.
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