El hombre del traje anticuado*

Posted by : Le poinçonneur | 17 ene 2013 | Published in


Hoy tampoco tenía un motivo para madrugar y, sin embargo, lo ha hecho.

Con el automatismo que da la rutina de muchos años, el hombre se ha repasado la barba -afeitado sobre afeitado- y ha rematado la faena con un enérgico masaje de Floïd. Después, y como todos los días desde que empezó la pesadilla, se ha vestido con la ropa que colgaba del galán, a los pies de su cama. La camisa, la corbata, los pantalones, y finalmente la chaqueta -de un traje algo anticuado- han abrazado su cuerpo en el orden aprendido desde que se estrenara como aprendiz en aquel comercio.


A punto de salir ya por la puerta, el hombre del traje anticuado ha querido asegurarse de que no olvidaba nada: el portamonedad y la tarjeta de metro -con un último viaje- en el bolsillo derecho y la vieja navaja multiusos -recuerdo de su primer sueldo- en el izquierdo.

Nervioso por la hora, el hombre del traje anticuado se ha encaminado hacia el metro, al tiempo que hacía saltar la navaja en su bolsillo y el contacto del metal en su mano le devolvía, poco a poco, la tranquilidad.

El hombre del traje anticuado ha alcanzado a colarse en el último vagón del convoy, rumbo al centro. En el tren, un viejo -el único que parecía no tener prisa- repetía en voz alta una letanía que hablaba de ladrones con salud de hierro, mientras el resto de pasajeros fingía no escucharle.

Ya en su destino, un joven con americana y enormes perforaciones en las orejas se le ha adelantado, ocupando su lugar en el ascensor que conducía a la calle. El hombre del traje anticuado lo ha visto alejarse, camino del día, sonriendo a la nada desde el interior del elevador. Sin tiempo para enfadarse, se ha dirigido a las escaleras y en unos minutos ya estaba ante la tienda.

Pero ya era tarde. El joven del metro -que ahora lucía una flamante corbata- charlaba en la puerta con el encargado en distendida conversación, le estrechaba la mano y le ayudaba a retirar el anuncio del escaparate.

El hombre del traje anticuado lo ha visto alejarse decidido y sin pensarlo ha dirigido sus pasos tras él. El metal de la navaja multiusos ha dejado de ser frío al contacto con su mano.

Pero el joven no llega muy lejos. Apenas una docena de metros más tarde se detiene y empieza a forcejear con el cuello de su camisa, que parece tenerle sin aliento. Por eso no ve al hombre del traje anticuado, plantado a sus espaldas. Con la navaja en la mano.

Tras unos instantes de lucha, el joven logra al fin quitarse la corbata y la tira con rabia a una papelera. Después retoma la marcha y unos segundos más tarde desaparece tras la esquina.

El hombre del traje anticuado se asoma a la papelera. La corbata es alegre y de vistosos colores. Ayudado por su navaja, consigue rescatarla sin tocar el resto de desperdicios.

Entonces piensa que un poco de color no le iría nada mal a su traje anticuado.

TEXTO: MARIBEL RUIZ.
FOTO: CRISTINA COSTALES.


*Con imperdonable retraso sólo a mí achacable, les ofrezco hoy el relato de Maribel, que, ilustrado como siempre por el sagaz objetivo de Cristina, sirve, además, para inaugurar el año en este libelo guadiánico. Disfrútenlo afiladamente.

Rent*

Posted by : Le poinçonneur | 21 dic 2012 | Published in

 
You dress me up, I'm your puppet.
You buy me things, I love it.
You bring me food, I need it.
You give me love, I feed it.
 
And look at the two of us in sympathy
with everything we see.
I never want anything, it's easy:
you buy whatever I need.
 
But look at my hopes, look at my dreams,
the currency we've spent.
I love you, you pay my rent.
 
You phone me in the evening on hearsay
and bought me caviar.
You took me to a restaurant off Broadway
to tell me who you are.
 
We never-ever argue, we never calculate
the currency we've spent.
I love you, you pay my rent.
 
I'm your puppet,
I love it.
And look at the two of us in sympathy
and sometimes ecstasy.
 
Words mean so little, and money less
when you're lying next to me.
 
But look at my hopes, look at my dreams,
the currency we've spent.
I love you, you pay my rent.

Liza Minnelli, Sony Music. Original de Neil Tennant y Chris Lowe.

*Lanzado en 1989 -como recordarán mis fanses protocuarentones-, Results significó
 el acercamiento -puntual, lamentablemente- de la diva Minnelli al pop sintetizado,
 vía el incontestable concurso de los Pet Shop Boys. Trátase, huelga decir, de uno
 de mis discos de cabecera, siendo la descarnada Rent, quizá, su corte más señero.
Zambúllanse a la de ya. No se arrepentirán.

Delirios

Posted by : Le poinçonneur | 17 dic 2012 | Published in

Como he comentado por aquí en algunas ocasiones, conozco, por razones biográficas, lo que es la vida estadounidense -hablo de la USA profunda- en su cotidianeidad más descarnada. Es por ello que, como, encima, el país me gusta -la gente, a veces no tanto-, me canso de luchar contra los molinos aprioristas en las discusiones que tan a menudo dedicamos por aquí a los del otro lado del charco.

En Estados Unidos -al menos, en gran parte de su territorio-, la cultura de las armas está tan extendida como aquí la del carajillo. Para un yanqui medio, no hay nada más normal que apelar a la gravedad del Colt ante cualquier situación de riesgo, sea real o imaginada.

Deriva todo ello de la asunción nacional del pueblo elegido, de una formación como Estado basada en comunidades pequeñas y aisladas unas de otras, y de las rémoras que la Guerra Fría se empeñó en dejar a su marcha, hace más de veinte años.

Sazonen todo ello con un pensamiento ultraderechista, religioso y anarca que predica la desconfianza hacia todo bicho viviente -empezando por el inquilino de la Casa Blanca, negro a la sazón- y que deja en manos del ciudadano medio el derecho-deber de defender su familia y su property. Rematen con un lobby armamentístico que mueve miles de millones de dólares y que está más que interesado en mantener un status quo basado en el miedo al próximo y al diferente.

Los vecinos de Nancy Lanza, la madre del asesino de Connecticut -también abatida por su propio hijo- la describen como una vecina amable y una progenitora abnegada y solícita. Tenía, empero, un debe: un juego de armas de fuego -incluyendo rifles de asalto- de fácil acceso para un chaval con una mente perturbada. El resto, por sabido, no debe removerse, en señal de respeto a las víctimas.

Que una madre confunda educar con adiestrar en el tiro a sus hijos demuestra hasta qué punto la todavía primera potencia mundial basa sus fundamentos en pólvora pura. Otro día les cuento el escalofrío que siento cada vez que los neocon de estos pagos propugnan y amagan con importar los delirios de allá: no se extrañen que, en nada, en alguna tertulia cavernícola se defienda por aquí la venta libre de armas. El TDT party, que lo llaman.

Some men are coming to kill us. We're gonna kill them first

Posted by : Le poinçonneur | 5 dic 2012 | Published in


Por política de empresa, suelo ser bastante escéptico hacia los reboots, esas nuevas interpretaciones de clásicos del cine de acción que se han puesto tan de moda últimamente. Los Batman de Nolan me resultan soporíferos -me falta ver el tercero-, y tiemblo ante el Superman que prepara el mismo tipo, delegando esta vez la dirección a Zack Snyder. Básicamente, la receta consiste siempre en lo mismo: convertir a un héroe antaño cascabelero en un ser atormentado, taciturno y pollicorto, dando pátina de trascendencia a lo que jamás la tuvo.

Es por ello que la revisitación de James Bond que hace Sam Mendes en Skyfall pudiera resultar tan peligrosa: casas desvencijadas, pasados atribulados, parajes escoceses y relaciones materno-filiales entre asesinos. Mas Mendes, vencedor, consigue en su reboot hacer palmear al fanático que llevo dentro, obsesionado como estoy con double O-seven desde mi más tierna infancia.

Hay que afrontarlo: Craig -chínchate, Connery- es el mejor intérprete que hasta la fecha ha conocido el siervo de Su Graciosa Majestad, y el ex de la Winslet consigue acercar la saga a lo inédito, convirtiendo al producto en cine de autor sin restarle un ápice de contundencia. Hay que agradecer, empero, el concurso de una Judi Dench que hace olvidar cualquier antecedente masculino en la cúpula del MI6. Sazonen la cosa con un Albert Finney incombustible y una Naomie Harris que dará -está dando- mucho que hablar, y que conste que me callo los spoilers.

Me rindo a la evidencia: tanto como detesto a Javier Bardem en lo personal -¿es posible señor más cansino?- tengo que alabarlo en lo fílmico. Su Silva está a la altura de los mejores villanos de la serie -viénenme a la memoria Michael Lonsdale, Telly Savalas o Christopher Walken-, y como lo que es, es, quede aquí mi pleitesía.

Skyfall, amigos, es, en suma, un filme impecable que sentará cátedra, y que rivaliza con la nunca suficientemente reivindicada Agente 007 al Servicio Secreto de Su Majestad por adjudicarse el título de cumbre de la franquicia. Corran a verla.

El chico de los túneles en las orejas

Posted by : Le poinçonneur | 29 nov 2012 | Published in


-Recuerdo que la noche anterior había llovido muchísimo.

-¿Y qué tiene eso que ver con nosotros? ¿Ahora hablamos del tiempo?

-Pues aunque no lo creas, mucho. Yo siempre he creído que el clima es una proyección de nuestro estado de ánimo, que podemos forzar que llueva o que salga el sol.

-Anda, ¿cómo las tribus indias? Qué gracia. Tienes unas ideas muy extrañas.

-Bueno, en realidad también lo recuerdo por otra razón. Cuando entraste en la sala llevabas unas de esas botas que ahora os gustan tanto a las tías poneros en cuanto caen cuatro gotas.

-¿Las katiuskas?

-Sí, como se llamen. Siempre me han parecido ridículas, es como si os hubiera dado un ataque de infantilismo y anduvierais como locas a la caza de un charco en el que meteros.

-Muchas gracias.

-No me entiendes. Eso es lo que te quería explicar, que algo que siempre me ha reventado en las demás tías, en ti me pareció un detalle adorable. ¿Qué raro no?

-Tan raro como tus teorías, chico de los túneles en las orejas.

-¿Por qué me llamas así? No habías vuelto a hacerlo desde que nos conocimos.

-¿Te refieres al mismo día en que el tú me bautizaste como la mujer madura?

-¿Me lo vas a recordar toda la vida? No sabía cómo te llamabas y, bueno, eras la mayor del grupo.

-Sí. Y bastante más mayor. No seas tan prudente.

-Espera.

-¿Qué pasa?

-Un viejo que se me ha sentado al lado y no para de hablar solo. Dice no se qué de la gente que roba y que se deberían morir de cáncer.

-A lo mejor es un yayo-flauta.

-No tiene pinta. Más bien parece que no está bien de la olla.

-¿Y quién lo está?...Te voy a dejar.

-Espera. Déjame ir a verte.

-Te he dicho que no. No me encuentro bien. Creo que estoy incubando algo. Hasta puede que tenga fiebre.

-Si me dejaras, yo podría hacerte sentir mejor.

-Qué procaz eres, jovencito.

-¿Ya estás otra vez con eso? ¿Cuándo me vas a tomar en serio?

-Es mejor así. ¿No crees? Además, estoy enferma, ¿es que no lo entiendes?

-Eso a mí no me importa.

-Pero a mí sí. Y no me envíes más mensajes.

-Espera. Es mi parada. ¿Seguimos luego? Por favor.

-….

El chico de los túneles en las orejas guarda el móvil en el bolsillo del pantalón y salta del vagón. El tren se aleja envuelto en estridentes pitidos, que la profundidad del túnel transforma en carcajadas.

Mira su reloj. Se le ha hecho tarde. Acelera el paso y en tres zancadas alcanza el ascensor. Consigue colarse en su interior robándole el sitio a un hombre de traje anticuado y que apesta a Floïd, al que ni ha visto.

Una vez en la calle, se ata la larga melena en una cola que oculta bajo la espalda de la americana. Saca una corbata del bolsillo y, sin dejar de caminar, se la anuda al cuello de la camisa.

El escaparate de la tienda señorea el edificio de esquina a esquina. El anuncio sigue en la vitrina. Sin darse tiempo a dudarlo, empuja la puerta y entra, perseguido por el canturreo chillón de la campanilla.

El resto ha sido fácil. El encargado se ha mostrado reticente sólo al principio. La imagen, blablablá, un negocio conservador, más blablablá. Pero él siempre ha sabido lo que la gente necesita oír y el esparadrapo con el que le ha prometido cubrir sus lóbulos ha terminado de persuadirlo.

Después han caminado juntos hasta la puerta, y mientras se deshacía en alabanzas hacia el escaparate –por supuesto obra del encargado- le ha ayudado a retirar el anuncio. No lo lamentará blablablá, mañana a la misma hora, más blablablá.

Solo ya en la calle ha notado una vibración en el muslo. Con la sonrisa todavía en los labios, ha rebuscado en su bolsillo hasta rescatar el móvil y comprobar que había un mensaje nuevo.

-La fiebre me ha ayudado a verlo todo con más claridad. No me busques ni me llames más. He bloqueado tus mensajes.

El chico de los túneles en las orejas vuelve a guardar el móvil y camina hasta la esquina. Entonces siente que le falta el aire. Se palpa el cuello y sus dedos topan con la presión de la corbata. Deshace el nudo, se la arranca del cuello y la arroja a una papeleta. Mucho más ligero, reemprende el camino.

Un trueno estalla a sus espaldas. Las primeras gotas de lluvia lo alcanzan antes de entrar en el metro.

TEXTO: MARIBEL RUIZ.
FOTO: CRISTINA COSTALES.

Cool cars (11): Porsche 959

Posted by : Le poinçonneur | 25 nov 2012 | Published in

Murga de los currelantes*

Posted by : Le poinçonneur | 23 nov 2012 | Published in

 
Ay, Señor,
la que armaron,
la que liaron
con la salía
de la masonería
y la subversión.
La pelota, los toros,
la lotería y las quinielas,
el Seílla, las letras,
el televisor.

Do you speak english?,
el turismo sofico renta.
Los alemanes,
bombas en Palomares
vaya por Dios.
Y ahora con el destape
de teta y trota,
los camuflajes.
Las serpientes con traje
de santurrón.

Y es que las dentauras
ya no están duras
pa estas huesuras,
y llega la rotura
y el personal
que asentao endiquela
como se jala
de carca a carca
mientras cuecen las jabas
suelta el cantar.

María,
coge las riendas de la Autonomía.
Marcelo,
que los paraos quieren currelo.
Manuel,
¿con el cacique que vas a hacer?
Pues le vamos a dar con el
tran, traca, tran, pico pala, chimpun
y a currelar, para pa, para pa, para pa pa pa.

Esto es la murga
de los currelantes
que al respetable
buenamente va a explicar
el mecanismo tira palante
de la manera más bonita y popular.
Sacabe el paro y haiga trabajo,
escuela gratis, medicina y hospital.
Pan y alegría nunca nos falten,
que vuelvan pronto los emigrantes
haiga cultura y prosperidad.

Maroto,
siembra la tierra que no es un coto.
Falote,
que ya esta bien de chupar del bote.
Ramón,
hay que acabar con tanto bribón.
Pues le vamos a dar con el
tran, traca, tran, pico pala, chimpun
y a currelar, para pa, para pa, para pa, pa pa.

Esto es la murga
de los currelantes
que al respetable
buenamente va a explicar
el mecanismo tira palante
de la manera más bonita y popular.
Sacabe el paro y haiga trabajo
escuela gratis, medicina y hospital.
Pan y alegría nunca nos falten,
que vuelvan pronto los emigrantes
haiga cultura y prosperidad.
 
Carlos Cano, Sony Music.
 
*Quién le iba a decir a mediados de los setenta al nunca suficientemente reivindicado Carlos Cano que su luego emblemática Murga de los currelantes sería, casi cuarenta años después, más actual aún que en el momento de su composición. Sería para reír si no fuese para llorar.

Marcando el camino*

Posted by : Le poinçonneur | 18 nov 2012 | Published in



*En absoluta primicia, imágenes de Artur Mas en el último mitin de Convergència i Unió. Exclusiva mundial de este libelo.

VÍDEO: PARAMOUNT.

Los de siempre

Posted by : Le poinçonneur | 13 nov 2012 | Published in


A mí una de las cosas que me fascinan de la homosexualidad es su poder para encabritar, inquietar y acojonar a los de siempre, los que se encabritan, inquietan y acojonan ante cualquier hoja que se mueva sin su dictado y aquiescencia. Reconozco que yo cotilleo sobre el asunto si me entero de que algún conocido entiende, como, imagino, también cotillearía si, siendo gay, alguien de mi entorno entendedor se cambiara a la otra acera. No pasa la cosa de ahí: también chafardeo sobre las costumbres de mis pares heterosexuales. Soy hijo de mi madre y sobrino de mis tías: can't help about it.

Que me divierta saber con quién se acuesta cada cual no implica, empero, que lo juzgue. La libertad última de este mundo consiste en encamarse con quien a uno le plazca, dar o tomar, ofrecer o recibir. Disfrutar, en suma.

Como todos Vdes. saben, a los de siempre les encabrita, inquieta y acojona que un señor penetre a otro, o que una dama le haga un cunnilingus a una congénere. Ya no les digo nada si, encima, esos degenerados y degeneradas pretenden legalizar su situación y acceder a los mismos derechos que yo mismo poseo en tanto que heterosexual casado y comme il faut.

El reciente fallo del Constitucional sobre el infame recurso que en su día presentó el PP en relación al matrimonio homosexual ha sido objeto de celebración por quien esto escribe así como por su círculo más próximo. También, como es natural, por millones de personas de bien. No me atreveré en ningún caso a calificar de gente de mal a quienes lo han condenado, pero sí que se me antoja que tienen, al menos, un problema: el terror a la diferencia. Mal asunto.

Déu és amor

Posted by : Le poinçonneur | 6 nov 2012 | Published in



Aquéllos de mis lectores que no teman al catalán en tanto que idioma -en tanto que individuo, échense mano a la cartera cuando nos vean aparecer- podrán conocer, clicando en el enlace superior, a Maria Victòria Molins, entrevistada para la ocasión por Albert Om en su casi siempre impecable El convidat.

Maria Victòria es una monja teresiana que, tras conocer de primera mano la pobreza nicaragüense de primeros de los ochenta, e influenciada por la Teología de la Liberación -¿acaso puede haber otra?-, decidió salir del convento y consagrar su existencia a pobres, excluidos y desgraciados de toda índole. Despreciando el boato de los purpurados -siempre hombres, ya se sabe que para la Iglesia la mujer sirve para no demasiado-, ella, a sus incombustibles 76, predica el Evangelio de la forma más ajustada a la práctica de Jesús de Nazaret.

Molins, es, en suma, y como podrán ver, una de esas razones por las que los ateos, a veces, nos lamentamos de serlo. A sus ojos de felicidad me remito: la dicha del generoso.

Brindo por ella. Contrabrindo -si permitiéseme el palabro- por tantos a quienes debería caérseles la cara de vergüenza. Cosa, empero, imposible: para ello, deberían tener tanto cara como vergüenza, y témome que incumplen una de las dos condiciones.

H.

Posted by : Le poinçonneur | 27 oct 2012 | Published in


Como el curso pasado, la presente temporada volverá a contar con Vosotras, la sección-homenaje al sexo femenino compuesta y trufada de instantáneas de lectoras de este su cuadernillo. Si a alguna de Vdes., anónima o habitual, se le antoja participar, remítame su gentil instantánea a petittrou2009@hotmail.com. Se publicará, como es natural, obviando su nombre, que quedará reducido a una letra tan sugestiva como la H. referida al bombón que preside estas líneas.


FOTO: TXUS GARCÍA.
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Città vuota

Posted by : Le poinçonneur | 25 oct 2012 | Published in



Haciendo caso omiso nuevamente de mi constitución cardiópata, no puedo sino ponerme repetidamente el spot que la divina Casta acaba de estrenar para Dolce & Gabbana al son de los acordes de la eterna Mazzini. Yo persevero, y si falleciere, pues se me toman un gintoniquito a mi salud.

Brucia la terra*

Posted by : Le poinçonneur | 18 oct 2012 | Published in

 
Brucia la luna n'cielu
e ju bruciu d'amuri.
Focu ca si consuma
comu lu me cori.
 
L'anima chianci,
addulurata.
Non si da paci,
ma cchi mala nuttata.
 
Lu tempu passa,
ma non agghiorna.
Non c'e mai suli
s'idda non torna.
 
Brucia la terra mia,
e abbrucia lu me cori.
Cchi siti d'acqua idda,
e ju siti d'amuri.
 
Acu la cantu
la me canzuni,
si no c'e nuddu
ca s'a affacia
a lu barcuni.
 
Nino Rota, Paramount Pictures.
 
*Conversaba hace escasos momentos vía Facebook con una amiga in crescendo -hoy me la comería, pero menos que mañana- a propósito de nuestra común filia por la trilogía de El Padrino, contenedora, como saben, de al menos una o dos de las mejores películas de la historia del cine. Hora es ya de dedicar a mi amiga -y a todos Vdes.- la exquisita y apócrifa composición tradicional siciliana que el colosal Rota pergeñó para Francis Coppola, y que fue incluida en la tercera entrega, once años después del fallecimiento de su autor. Gócenla como se goza lo áurico: con desenfreno.
 
IMAGEN: PARAMOUNT.

La Déesse salvatrice*

Posted by : Le poinçonneur | 17 oct 2012 | Published in


Hacia las 19:30 horas del viernes 22 de agosto de 1962, finalizado el Consejo de Ministros semanal, una fila de chóferes uniformados espera, en la explanada del Palacio del Elíseo, a que sus ilustres pasajeros ocupen sus berlinas. De entre ellos, los más señeros son el general Charles de Gaulle, presidente de la V República, e Yvonne, su esposa desde hace más de cuarenta años. La pareja presidencial se acomoda en el asiento trasero del Citroën DS negro, matrícula de París 5249 HU 75. En los delanteros, el gendarme Francis Marroux -que oficia de chófer- y el coronel Alain de Boisseu, ayuda de cámara del Presidente y yerno del matrimonio.

Escoltado por motoristas y un segundo Citroën idéntico, el automóvil sale del Elíseo a toda velocidad en dirección al aeródromo de Villecoublay, donde espera el helicóptero que trasladará al matrimonio a su residencia de fin de semana en Colombey-les-Deux-Églises. La comitiva sale de París por la Puerta de Chatillon para tomar la carretera nacional 306.

A menos de nueve kilómetros, a la altura de la subcomuna de Petit-Clamart, doce hombres esperan, distribuidos en diferentes vehículos. En un Simca 1000 aguarda Jean-Baptiste Bastien-Thiry, un joven teniente coronel del Ejército del Aire. Alain de la Tocnaye, descediente de una familia de rancio abolengo, está instalado en un Citroën ID. Lo acompañan Georges Watin y Jacques Prévost. Cinco hombres más esperan en una furgoneta Renault Estafette; otros tres, en un Peugeot 403. Todos ellos, armados con pistolas, explosivos y fusiles ametralladores, forman parte de la terrorista Organisation de l'Armée Secrète -OAS-, un grupo de militares de extrema derecha que se la tiene jurada a De Gaulle por haber concedido la independencia a Argelia.

La caravana presidencial arriba a Petit-Clamart a las 20:08. Bastien-Thiry, al divisarlos, hace la señal convenida, agitando un periódico. Los restantes conjurados abren fuego. Casi doscientas balas son disparadas. Catorce alcanzan al DS negro. De ellas, unas cuantas pasan a escasos centímetros de la cabeza de De Gaulle. Al grito de su yerno -à terre, Père-, el Jefe del Estado salva la vida agachándose in extremis. Boisseu ordena al chófer que acelere. El Citroën, con dos ruedas reventadas por los proyectiles, responde a la perfección de su muy sofisticada técnica salvando la vida de sus ocupantes.

Algunos minutos después, De Gaulle ayuda a su esposa -ambos milagrosamente ilesos- a bajarse del DS, ya en las pistas de Villecoublay. Con voz de profundo desprecio, y encarando el helicóptero, se dirige a su hijo político: ni disparar saben.

*El atentado del Petit-Clamart -primorosamente recreado por Fred Zinnemann en la introducción de Chacal- me ha fascinado siempre por razones divergentes -francofilia, interés por De Gaulle, gusto por lo policíaco, afición por la Historia-, mas, de entre ellas, una por principal: de cómo un coche absolutamente sideral salvó el pellejo del estadista más importante del siglo XX europeo. Si quieren saber más, tiren, como yo, de Wikipedia y de las múltiples páginas dedicadas al frustrado magnicidio.

La mujer que llega tarde*

Posted by : Le poinçonneur | 12 oct 2012 | Published in


 
La mujer que llega tarde salva de un salto los últimos escalones que dan acceso al andén y aterriza sobre sus tacones. La multitud inicia ya el abordaje del tren y, tras unos segundos, tres pitidos anuncian el inminente cierre de las puertas.

Recuperando todavía el equilibrio, la mujer alcanza a colarse en el último vagón.
 
El calor es sofocante.

Con la pericia que da la experiencia, la mujer logra abrirse un hueco entre la gente y avanzar lentamente hasta encontrar un rincón en el que atrincherarse. Después, rebusca con decisión en el interior de su maletín y saca un periódico.

Millones de gotas de sudor se deslizan por la espalda de la mujer, que tras considerable esfuerzo consigue localizar su sección favorita y se sumerge en la lectura de los anuncios personales.

Sólo cinco minutos más tarde, un muchas gracias señora, la devuelve a la realidad. Una mujer gorda y de melena ardiente, está cediendo su sitio a un anciano. El viejo suspira y se deja caer con dificultad sobre el asiento. La mujer abandona por un momento el periódico y fija su mirada en él. El viejo tiene el pelo gris y los ojos claros, va vestido con un traje oscuro de aparente buen estado, aunque un estudio más profundo delata unos puños y bajos raídos.

La mujer lo observa unos instantes. El anciano le resulta extrañamente familiar. Decide desechar la idea pensando que podría tratarse del abuelo de cualquiera. Una sacudida del tren hace coincidir sus miradas. La mujer siente en su cara el calor de la vergüenza. El viejo le envía una sonrisa neutra y distante, que le hace dudar que vaya dirigida a ella. Por si acaso, la mujer le corresponde con un asentimiento fugaz y vuelve a clavar la nariz en la prensa.

Pero es inútil. No puede quitárselo de la cabeza. Su cara le es conocida, así que vuelve a examinarlo, asomándose por encima del periódico. El viejo habla ahora en voz queda, mientras mira a su alrededor en busca de interlocutor. "Dicen que hay Dios, pero es mentira, si la gente que roba muriera de cáncer, entonces no lo sería" repite, una y otra vez. Su vecino de viaje –un joven de pelo largo y túneles en las orejas- se desentiende de él simulando leer algo en su móvil.

La megafonía interna anuncia la próxima estación. La mujer que llega tarde reconoce el nombre de su parada y salta al andén en cuanto se abren las puertas.

Y entonces lo recuerda.

Orlando Mir. 75 años. El anuncio en el periódico de ayer -el único que no vendía nada- con una foto del viejo, algo antigua, y un teléfono de contacto.

La mujer se vuelve y lo busca con la mirada. El viejo se ha levantado de su asiento y avanza hacia ella. Tres pitidos anuncian el cierre de las puertas.

-¡¿Orlando?! - grita la mujer.

-Dicen que hay Dios, pero es mentira, si la gente que roba muriera de cáncer, entonces no lo sería- repite el viejo a modo de respuesta.

El tren cierra las puertas y retoma la marcha.

El viejo agita la mano y le sonríe con la mirada perdida.

La mujer que llega tarde le devuelve el saludo.

*Un año más, me hincho cual pavo en ofrecerles las felices colaboraciones de Maribel -con la palabra- y Cristina -con el objetivo-, en esta sección aplaudible y destacada entre el páramo que conforma este libelo, que es, como siempre, el suyo y el de todos Vdes.


TEXTO: MARIBEL RUIZ.
FOTO: CRISTINA COSTALES.